
El agua, aunque venga del cielo, no cae siempre de la misma forma. Sobre el barandal, las gotas se estrellan de lleno, rebotan multiplicadas, se fragmentan en miles de cuentas diminutas que no se sabe a dónde van a parar; en la ventana, llegan de lado, se pegan como pequeños pulpos traslúcidos, mirando el vacío sin miedo, el peso les gana, resbalan suaves, recogen a su paso los restos líquidos de otros andares.
Escurro yo también, voy deslunándome: cada noche un pedazo se cubre con la sábana negra y parece que ya no está, pero está, como estoy, detrás de las palabras, a veces bajo ellas, entre escombros de letras que no hacen oraciones porque se cansaron de rezar: mejor cantan. Pero ni la luna ni yo nos vamos, sólo jugamos a desaparecer para mirar por un momento los ojos de quienes empiezan a buscarnos. Somos sonrisa, lluvia de día que se evapora, sube contenta oliendo a tierra, a mundo que escurre, que viene del cielo.