En penumbras, el color de las naranjas se escucha más cítrico de lo que sabe, menos dulce que el rojo. Es cuestión de tono, sinestesia de vida.
No escribo sobre gris, porque de esa escala conozco poco: suelo subir peldaños sólo cuando empiezan en un Sol; mis letras, aunque negras, dibujan espacios en blanco, como cuando digo Fa, bula que concede gracia divina a la cuarta nota, esa que eché a la basura antes de leerla.
Los abismos, por más profundos que sean, no carecen de color, inician en un hueco por el que pasa la luz que nos da el agudo, tenor con el pecho en Do. Ya lo sabemos, algo así refracta hasta el Mi más sostenido. Basta con mirar al cielo, dejar de vernos, ahí está el final del Re, torno de La, existencia por Si.