La vida que se esconde en las esquinas ©

Los gusanos subterráneos escuchan dedos que escarban sobre sus refugios; esperan la hora en que serán vistos irremediablemente con asco, sintiéndose culpables de antemano: al fin y al cabo es cierto que han estado royendo los nuevos brotes, que hacen daño. Al principio su labor fue benéfica: cavaban túneles que oxigenaban la tierra, se alimentaban de lo que no hacía falta. No podrían explicar por qué masticaron con descuido hasta hacer brotar la savia, mucho menos tienen razones para no haber parado a tiempo, antes de que la planta comenzara a resentir las sangrías; los gusanos la amaban.

Fue mi tía Rosalba la que notó los desmanes. La verdad es que yo ponía poca atención a las macetas del corredor y a sus habitantes, en especial pasaba de largo frente a aquella plantita tan pequeña que estaba en la esquina, en el lugar preciso para engrandecer su insignificancia. Ahora resulta que de todas esa planta era la más importante, la que mi tía había dejado a mi cuidado creyendo que así estaría mejor atendida; yo ni la vi: con trabajo dejo de mirar mis pies cuando camino, ¡ya parece que iba a tener ojos para la diminuta mata que ahí vivía!

"¡Esther!" Mi nombre se escuchó metálico entre la lengua y el borde de los dientes de mi tía, la "t" en particular tintineó antes de sumergirse en la humedad de la saliva (la "r" alcanzó a orillarse antes de caer en el ahogo de la pobre Rosalba que ya lloraba). Ella también amaba a la planta que vi por primera vez desvanecida, un hilacho vegetal cobrizo que amenazaba con quebrarse entre sus dedos. 

"Son gusanos", me dijo entre lágrimas Rosalba mientras separaba con cuidado la tierra para mirar mejor al fondo de la maceta. "Parecen lombrices", le dije al tiempo que evadía el reproche que yo vaticinaba. No soy una buena vidente, sé tan poco de la condición humana como de las plantas: el reproche no alcanzó a salir del pecho agitado de mi tía, la agonía de su planta más querida me hacía insignificante.

No alcancé a disculparme: mi tía se alejó en silencio con la planta entre las manos y en el instante que se abre entre dos suspiros tiró los restos en un balde con basura. La culpa es peor que los gusanos: no se refugia, anda lo mismo de noche que de día, campante, royendo justificaciones no pedidas, acusaciones manifiestas (ya se sabe). 

Deambulé un rato sobre la cuerda frágil de mi conciencia, colocando mal los pies para terminar de romperme la crisma, pero algo pasa cuando se va por la vida sin mirar: los autómatas no tropiezan. Me di a la tarea de lo imposible, nada novedoso en mi caso: soy pura utopía. Rescaté de entre los desechos el cascarado cuerpo de lo que fue planta un día, de mi tía, como dije, la más querida. 

Me deshice de los gusanos sin piedad, sin mirarlos porque no sé matar de frente sin quedarme en el intento. Prescindí de la maceta: puse nueva tierra en un hueco de una roca y metí ahí los despojos que con trabajo se sostenían; coloqué nuevamente en su esquina a la plantita. Rosalba pasaba de largo frente a ella, sin mirarla, el olvido era ya su tarea y cierto es que aquel arreglo más parecía una tumba que una maceta. 

Yo, por el contrario, no dejaba día de por medio sin visitar a la planta que hice mía a fuerza de mirarla esperando lo imposible: la vida nueva que brotó con urgencia de los tallos maltrechos. Aquella planta se aferró a la tierra y al agua de un modo que estremecía, echaba hojas sin parar, casi diría que agradecida. 

"¡Esther!", mi nombre se escuchó tibio sobre los labios de mi tía, la "e" primera rodó alcanzando a la última (se deslizaron juntas hasta el huequito entre el cuello y el hombro de Rosalba enternecida). "Es tu plantita, aquella que yo no...", comencé a explicar sin que ella me escuchara. "Es la vida que se esconde en las esquinas, Esther", dijo ella conmovida.

Esta mañana dio una flor la planta que murió de olvido y renació de culpa resarcida. Parece otra. Rosalba es otra. Yo soy otra: camino mirando al rededor y a los costados, descubro con los dedos la tierra de las orillas (me quedó la manía); me parto la crisma de vez en cuando. Planto y cuido, más de una vez renazco roca, remedio plantas y entonces canto.  
   

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