Orgánica, biodegradable ©

Cuando te fuiste, pensé en dedicarme a estudiar los genes; temí el hallazgo de aquél que predispusiera a la vileza.  Pude elegir la filosofia, buscar en la historia del concepto "honor" el momento exacto en que lo perdimos, pero desde que la sombra de la muerte empezó a rondarme, me mantengo lejos de todo lo que corta, incluso cuando los filos son sólo raíces de palabra. También es verdad que fue urgente la espeleología: no existía mejor manera de vencer el abismo, recoger del fondo huesos caídos para extirpar de la médula los últimos rastros de vida. 

Mejor me puse a escribir: para vivir había que contarlo. Desde entonces he usado las letras, con ellas fabrico escafandras, buceo entre las aguas profundas de mares violentos, vivos, inciertos. ¡Nada que ver con el superficial Caribe!, verdeazul deslavado de pura desesperanza. En la escritura encontré bálsamos sonoros, "ciruela", "caléndula", "ausencia", "alma"; campanas alegres, "ornitorrinco", "mandarina", "artista", "maraña"; algunas son cellos que desgarran, "fantasma", "encuentro", "mañana". ¡Nada que ver con tambores!, esclavos que se dicen libres porque que bailan.

De ahí salió un enredo que se volvió milagro: perdón, le llaman. Pero perdón no es olvido, ni arrepentimiento condena. Habrá que confesar que no salí bien librada: cuando se muere hay secuelas, aunque la resurrección cumpla su promesa. "Desechable" es el término que busqué cuatro años; no es lindo, le falta candor, desmerece la poesía, pero es el preciso, el único que sirve para nombrar lo que siento cuando añoro mi vida sin ti. ¡Nada que ver contigo!, naúfrago perdido sin la pequeñez de su isla.

Sigamos con las confesiones: soy dueña de una tristeza infinita que acompaño con dos hielos cada vez que a la luna le da por hacerse nueva; es entonces cuando surge "desechar", el verbo, pero éste no es inicio, es nada. Anticipo las ausencias, quizá incluso las decreto: mejor que se vaya, antes de que muera la violeta, otra, no aquella que corté de tajo el día en que me dijiste que debía hacerlo para que creciera, sabías que moriría, yo, también ella. ¡Nada que ver con las bromelias!, de ornato, colonizadas que se creen doncellas. Mejor que ni llegue, así no podré abandonarme, estaré conmigo la próxima vez que una cirugía me mantenga en cama y no habrá un gato echado a su suerte con sangre en el hocico que me mire ausente; creías que moriría, él, también yo. Sobrevivimos sin mérito. ¡Nada que ver con medallas!, caras labradas de personajes célebres que, de estar vivos, jamás te premiarían.

El tiempo es una cosa curiosa: pasa, pero deja huella. Cuatro años después descubrí por fin la herida:, cicatrizará, es orgánica, biodegradable. Para ti, malos augurios: en la semilla encontrarás las marcas un día cualquiera (la dignidad se enseña), pero tú no escribes, ni siquiera cartas desechables como ésta. Celebro mi vida, ahora sí es mía. El muerto es tuyo, me cansé de cargarlo, por eso te lo entrego: entiérralo, apesta.     

Sin título ©

  Fractal de JC Guarneros

Anda triste la noche.
Afila la luna el talwar.

El mar,
orfebre,
adorna la empuñadura:
ataujía celeste.

El cielo,
bóveda canora,
bronce
entre el herrumbre,
polvo de estrellas,
tañe sola:
tan, tan,
tan sola.