Tránsito solar ©

En las palabras es que anida el mar de mi conciencia, por eso cuento, enumero los atributos esenciales, escribo sobre ellos.

De mí puedo contar muchas cosas, para empezar que mi existencia estaba dicha: "contarlo para vivir", era un mandato, nunca supe cómo hacerlo de otro modo. 

Pero tampoco sabía dejar de vivir, la muerte no me atrae, me aferro al mundo porque me gusta la vida, porque en ella encuentro los motivos del resto doloroso que fui.

Desde niña sé que una parte de mí se fuga, se va, queda en suspenso, sin palabras. Convivo con una tristeza añeja, venida de otros tiempos; lo sé porque llega empolvada, cuando se mueve deja caer tierra que huele a viejo, a miedos ancestrales, no son míos pero me habitan desde siempre, desde antes, desde antes del antes.

Creo que nací triste, con la ausencia que se anticipa pegada al cuerpo, con la mirada dulce de quienes no ven sin nostalgia, porque saben cosas que no deberíamos saber, que nadie, nunca, debería saber.

Por la tinta muere el escribano, como el pez boquiabierto nos enfrentamos al texto, incapaces de soltar el bocado a pesar de conocer la trampa, de saber que en su centro se esconde el anzuelo que ha de partirnos (otra vez) el alma. 

La adopción de párrafos pocas veces es un acto altruísta, lo común es encontrar en sus líneas frágiles diminutos trozos de la humanidad perdida, letra muerta en los resquicios de las prensas que quizá antes dijeron algo, desierto de pequeñas dimensiones, sin oasis condenado, tinta seca que no hace ríos. 

Cansada de los altibajos lunares, me mudé al sol: sus océanos diurnos me calientan las manos, camino por bosques de luz, descubro que el congrejo aparece en las islas aunque no estén rodeadas de agua y que me siento en el paraíso, incluso viendo el infierno. 

A tu lado puedo pensar en comprar el florero, en llenar los cuartos de inicienso, en tener frutas frescas al lado de la cama, en el milagro de los hielos que caen desde la puerta de un refrigerador. Ahora puedo contar con que vivo. 

Si dejar de escribir triste es el fin de mis letras, no me importa hacerle un funeral en grande a la poesía: ante el dolor irremediable, la eutanasia no deja de ser buena opción, muerte digna para las penas. Renuncio a la tipografía, hoy escribo de puño y letra: te amo. 

El milagro de El Diablo ©

Para Alexandro Guerrero. El alma no se juega, ni se vende: se regala; así, como te doy mi palabra, como restauro con letras tus alas. 

El Diablo aparece una tarde en el umbral de la casa. El alma, sentada en la cornisa de la luna, lo llama tres veces. Él propone, tiene que hacerlo. Ella suspira, está cansada, viene de lugares remotos, conoce los abismos por voluntad propia, ha subido más de un acantilado, siempre de regreso a la orilla, no sabe de destierros, los paraísos perdidos le parecen ironía: ¿cómo extraviar lo que nunca se ha tenido?

El Diablo tampoco quiere pactos, esta vez no viene a llevarse nada, renunció a ser guardián de las penas que no pagan. Hablar de Fausto sería inútil: esta es alma vieja, le aburren las tragedias, sobre todo cuando los magos pierden la apuesta. Mejor regalarse las caricias: amor con amor se paga, no hay trincheras, la paz no pide treguas.

A Dios se le ganan las partidas con alquimia, transformando las reglas del juego, lo demás son embrujos, malas artes caducas. Entonces ocurre el milagro: el Diablo recuerda que tiene alas, el alma se encarna, se rebelan juntos, están porque son y de ser se ha tratado siempre.

Alado ©

Cuando duerme,
rumor de alas:
remolinos que arrastran hojas verdes,
giran suaves,van despacio, bailan;
los suspiros acampan en el plexo:
solar habitación del alma.



Cuando duerme,
se escucha el mar:
afluentes de luz hacen marea,
las olas se acuestan en su espalda;
la cama tiene remos,
balsa que ancla en el estero
de mis noches deslunadas.



Cuando duerme,
los sueños son de tierra mojada:
nos hacemos barro, arcilla viva;
decantamos la luna,
agua serena entre hojas de naranjo,
late en el pecho el alma.

Cuando duerme,
el sol espera paciente en la fogata.
Mis piernas desenrendan caracoles,
brotan frutos en el surco de sus labios,
cosecho aves dulces entre brasas:
como él, criaturas aladas.