Mujer-árbol ©

Lo confieso: más de una vez llegué a creer que había nacido con la tristeza pegada al cuerpo. Hubo mañanas en las que descubrí nuevos surcos sobre mi piel, rios de sangre seca; entonces llanto, me humedecía con lágrimas para ser placenta, amniótica, entraña entera, por dentro y por fuera.

Me vi desierta, con dunas que retaban al sol pintando sombras en el horizonte, perfiles de árboles negros que sólo existían en selvas lejanas; entonces grano, me aferraba al borde de la arena, minúsculo pedazo de vida que emergía por la noche, me embarqué rumbo a la luna en busca de mi marea.

También me soñé casa deshabitada, con tapias en las ventanas, sábanas sobre los muebles y un jardín olvidado, conquista de hierbas malas; entonces hato de palabras, luminoso haz, me filtraba entre las rendijas del alma para escribír los epitafios en el tronco de un árbol; sepulturera, enterré a mis muertos poco antes de la mudanza.

Con el tiempo aprendí que las mujeres somos árbol con el alma de agua, que somos líquidas, que nacemos en el subsuelo para llenar los cauces vitales del universo; entonces gota, llovemos riendo sobre los ríos; entonces raíz, tejemos cunas con frutos y ramas; entonces llama, nos abrasamos para encender hogueras; entonces luna, imán que mece las corrientes internas; entonces tierra, siembra de cuencas que se hacen llano; entonces vida: la sangre no era mía, aunque sí el llanto; la arena no era mía, aunque sí el barco; la casa no era mía, aunque sí el árbol.

Si ves en mi interior ©

Si ves en mi interior, encontrarás una reunión de brujas. No es un aquelarre cualquiera, es un ritual, parece fiesta. Ellas son yo, juntan mis huesos con sus manos viejas, son tejedoras de dedos diestros, arañas hilanderas.

Si ves en mi interior, encontrarás el textil óseo, manta de origen, viva placenta. Las brujas que me habitan lo hilvanan con paciencia. Están vistiendo al alma y, de paso, me han regalado una muñeca. Ella soy yo, sacude mis secretos con sus manitas de jirones nuevas.

Si ves en mi interior, encontrarás las fauces de una criatura satisfecha. Las brujas que son yo la alimentan, acarician su pelaje, liman sus garras con las uñas corvas de la experiencia. La están domesticando, le dan amor: así se gana el corazón de las bestias.

Si ves en mi interior, encontrarás la luna dentro de una cueva, plantas curativas germinan en ella. Es un jardín, cultivan de madrugada mis brujas buenas. Hacen la noche; con la ceniza de malas hierbas, bruñen las faldas metálicas de los planetas.

Si ves en mi interior, encontrarás las vísceras en un caldero, ¡no te asustes!: no está hirviendo, son las brujas que ahí sumergen en agua fresca la piel reseca. Ella soy yo, resucito con el rocío de las mañanas más primeras, curo las heridas con emplastos de albahaca amarga y dulce menta.

Si ves en mi interior, encontrarás un árbol de hojas gruesas. ¡Sube la vista!: sobre una rama está la niña a la que resguardan con sus nudosos brazos las brujas tercas. Ella soy yo, recolecto en un jarro la savia roja de mis venas, néctar verde de las hojas, aceite ámbar de las semillas, azul de flores, amarillo el polen de las patas de las abejas.

Si ves en mi interior, ¡escucha!, descubrirás los cantos de las brujas que están contentas, vuelan bailando, pintan el lienzo de mi existencia. Ella es de ellas, colorida libélula entre remolinos de aliento, agita las alas húmedas y tibias; ella misma es el viento, ella misma es la tierra, ella misma es las hojas, ella misma yo soy que soy es ella.

Si ves en mi interior, ¡mete bien la cabeza!, descubrirás los torsos desnudos de mis impúdicas brujas hechiceras. De la gruta de sus costillas abiertas que son las mías emergen los milagros, ¡lo sabes!: son milagreras. Ahí estás tú: lates, corazón, amado desde la entraña de mi conciencia; eres el sol que se asoma entre la dorada hojarasca de los caminos que han trazado mis brujas para que vengas.

Si ves en mi interior, descubrirás que te asomas a tus adentros, que mis brujas y yo rondamos tiempo atrás los límites de tus parajes sin atrevernos a tocar la puerta, nos asomamos por las ventanas, tapizamos los cristales con el vaho de nuestras bocas, te llamamos porque que sólo ellas que soy yo saben el nombre por el que responde tu alma añeja.

Si ves en mi interior, ¡no tengas miedo!, los laberintos en el bosque conducen todos a un río blanco, brioso agita cascabeles cristalinos, acompañan con sus notas el andar de tus pasos, de otro modo se perderían, los ignotos senderos precisan cantos. Ellos mismos son el viento, ellos mismos son la tierra, ellos mismos son las hojas, ellos mismos son tú que eres ellos; la raíz que buscabas para afianzarte en la tierra, el caudal luminoso al que ofrendas, el amor, la respuesta. 

Si vas a mi interior, no te recibirán doncellas: son brujas que soy yo, pero todas las brujas son buenas, brujas madres y abuelas que conocen de antaño las palabras primeras. ¡Acércate a sus brazos!, descubrirás que son manta y no cuerdas; descubrirás que te arropan, que no atan, que no encierran; descubrirás que dan alas, que sonríen cuando vuelas, que derriban contigo los muros, en el escampado hacen fiesta.

Si ves en mi interior, bien adentro, descubrirás que en el fondo, eso que parece un abismo, es un claro apacible en el bosque frondoso de mi alma que soy yo; barbechada por las brujas germino en la promesa de los frutos que se allegan, soy semilla que se parte, que da vida de tan contenta.

Si ves en mi interior, si te adentras, si bordas con la lana de mis brujas la epidermis de tus alas, si te cubres del frío con sus cálidas mantas, si sumerges los pies en mi río para llenarte de calma, si les tocas el son, si les cantas, ¡libre llegaste y libre te quedas! ¡Eres libre, hombre!; libre para ver en mi interior y descubrirme bruja, milagrosa por derecho de renacimiento. ¡Eres libre, hombre!; libre para ver en tu interior y reconocer ahí dentro a la hechicera. 

Si te ves en mi interior y en el tuyo más profundo me encuentras; así, bruja y no doncella, con dientes y garras, con un vestido nuevo y una antigua muñeca, ¡bienvenido seas! Hace tiempo que el Infierno se hizo siembra, lluvia de amapolas y lavanda nos caen del Cielo. El Paraíso, con sus cardos a la entrada de fina aguja, perdió el juicio: de tan final se hizo principio. ¡Menos mal que has caído!: aquí eres ángel, bendito entre las brujas buenas que son yo, yo de mí porque soy de ellas.