Aun cuando sonríe, la luna tiene penas, está llena de ellas. Por eso, cada tanto, se oculta, se hace negra. Ha oído de los hombres que, para la tristeza, no hay como una mañana de sol. Pero por más que se acerca al El Dorado, ¡pobre luna!, para ella no hay días, apenas un rayo de luz breve justo antes del alba: aurora que lo intenta.
Cuando bien le va, la luna se cuela en la tarde, poco antes del anochecer, pálida, tenue, escondida entre las nubes. Entonces no la vemos, opaca en el cenit pasa desapercibida y se siente sola. Candil de nuestras calles, oscuridad en su casa, ¡pobre luna!
Rota, la luna teje una hamaca ligera con hilos azules, de seda; sobre su regazo mece las penas más nuevas. No llora, ¡pobre luna!, cubre con trapos de blanco lino la herida abierta: creciente de espanto, de noches en vela.
Con el vientre henchido, la luna se muestra. En el útero estéril, que en vano gesta, va creciendo un cangrejo. Entonces la vemos brillante en el cenit, mentirosa promete un parto de estrellas; le pesan las penas y se siente sola. No todo lo que brilla es oro. ¡Pobre luna!, es de plata que se hace vieja.
Fotografía de Marie Pain
Fotografía de Marie Pain