Trueque ©


Como cada año, me dispongo al comienzo.No celebro el fin, sino el inicio que se gesta en el vientre de la terminación. Cambio lo que fue por lo que será.

Fotografía: Juan Giner

Pregunta ©


A Carolina, dueña de la pregunta y justa con las respuestas.

¿Cómo se añora lo que no fue? Escucho la pregunta, pero ni siquiera pienso en responder. Me parece, más que imposible, inadmisible. Me rehuso a meditar sobre algo que no existe; hacerlo sería el inicio de su creación y no parece sensato construir pasados imaginarios que se anclen en un futuro igual de incierto.

El pasado no es algo que me interese. No lo olvido del todo, pero aguarda en un rincón, como lo que es útil nada más porque se le quiere. A veces, muchas veces, me doy el lujo de tirar algunas de sus piezas, sólo por el placer de ver la combinación que tendrán al caer. En ocasiones caen de canto, se sostienen sobre el límite y por eso, únicamente por eso, decido que pueden quedarse... por ahora. Mucho menos atención presto a lo que no estuvo dentro de la historia, ¡bastante tenemos con lo que es, como para darle cabida, además, a lo que ni siquiera fue!

Me gusta mi vida como ha sido, así, con altas y bajas, con mayúsculas y minúsculas, con los puntos errados y las pausas mal colocadas. Así, como es, como se allega cuando se le llama: diluída, entrampada por una selección de recuerdos azarosa... milagrosa.

Arte fractal: JC Guarneros

Hábitat ©

Voy lento. Trepo con mesura desde los tobillos. En las rodillas me detengo un par de instantes, lo justo para vislumbrar, a penas de reojo, la punta de los pies que yacen quietos. Sigo subiendo. Asomo la curiosidad entre los muslos, los palpo desnudos y me bebo el descanso en la cálida humedad de su destino. Escalo al vientre, aferro dos dedos en el ombligo y llego al pecho. Recuesto la ansiedad del lado izquierdo... espero que se duerma en un compás. Rodeo con impaciencia los senos; decidí tomar la ruta larga, aquella que se traza en un torrente y desemboca en el cuello. Acampo en el hombro derecho, justo en una pequeña llanura que se antoja segura sobre el acantilado cuerpo. Voy rápido. Miro la luna y sé que la mañana no me espera. Abandono las provisiones en la cueva de la oreja y, en un atrevido salto (confío en las redes que tejen los dedos de las manos entralazados), aterrizo en el centro mismo de la lengua, entre dos palabras sin pronunciar y un silencio que incómodo despierta. Bajo abrazada del vértigo. Deslizo tres lágrimas por la garganta. Me atoro en el esternón. Colgada de la vida, escucho atenta el suave murmullo de mi hábitat interior... Fotografía: Juan Giner

Sentencia ©

Una pena y dos con sal. Como siempre, entre arena y cal confirmo la sentencia: "sólo quien carece de raíces, del árbol caído hace leña". Fotografía: Thaina Garza

Duelo ©


Algo de mí aún sangra, (de) vasta la noche. Supura negra viscosa desesperanza. Vivo espanto: me duelo.
A veces tanto. Fotografía de Jaime Jiménez Cuanalo

Infernal ©


Como no existes, habré de inventarte, dejar que las palabras se disloquen.Tendré que arrancarte, sacarte de mi vientre, dejar que mueras sobre los papeles que escribo, en esos con los que miento... a ti, a mí, a Dios, al infierno. Fotografía de Carlos Villela Elizondo

Cuarto creciente ©


Mujer en cuarto creciente. Ríos revueltos de estremecidas aguas. Sangre viva, líquida entraña. La luna es el signo. Hoy soy torrente, quemante estancia. Fotografía de Damián Siqueiros

Textual ©


En las plantas de los pies Tierra y Camino; en los empeines Luna (igual nueva que llena), sobre tu vientre Río, Mar, Raíz, Ciruela. En el pecho, sólo Latido (ligeramente hacia la izquierda). Entre los muslos Fuego, Líquida, Niebla, para los hombros Alas, sobre la espalda Vida. En los labios Mandarina (con dos silencios), entre los párpados Fe y sobre la frente Cielo. El deseo hecho tinta se derrama, tu cuerpo reinvento palmo a palmo, por instantes y en fragmentos lo hago mío, no hace falta la memoria: lo nomino en el olvido. Fotografía de Damián Siqueiros

Naufragio ©


Entre rocas se rompieron tablas y costillas, nos hundimos con las olas, tú, yo, la embarcación toda... De las velas y de mí, harapos que flotaban. Hundida era sólo vísceras sangrantes, carne magullada, el vacío, también la calma. Del amor y de ti nunca más supe nada: supongo que sobreviviste, acogido por algún pedazo de tierra, conquistado y diminuto como tú. No subí a la superficie, seguramente morí en el intento:aprendí a ser tempestad, agua cálida en contrasentido, nube, lluvia, lago, de vez en cuando sólo río... Fotografía de Francisco Zuno

Psicodélico ©

Y que mi piel se torne de colores, en fractales luminosos se desdoble: para mí, húmeda tierra fértil, para ti, yo en caleidoscópicas flores. Arte Fractal de JC Guarneros

Leerte ©

leerte... con manos y labios saberte...







Fotografía de Juan Giner

Onírica ©


Anoche la liebre se hizo cangrejo... Entre sábanas la luna, preñada de insomnio, acunaba mi sueño: acariciándome el pelo cantaba: "solamente somos cielo". Fotografía de Damián Siqueiros

Decreto ©


Única víctima de la asesina serial que me habita. Cada una de mis muertes trae consigo un nacimiento: ofrendo letras para seguir viviendo. Fotografía de Damián Siqueiros

Estero ©


Dulce y salada, abierta de brazos, de sexo y de alma. Conjuro, destino, auguro en el agua: "habrá tormenta". En apacible descanso, mejor me quedo estero, cálido y frío. Decido si mañana seré mar o seré río. Fotografía de Damián Siqueiros

Breve tragedia griega ©


A veces Medusa, más que Atenea: corté las serpientes, pero sigo volviendo piedra... En el recuerdo de aquél Perseo se escuda el alma... Rocas de sal la penitencia... Fotografía de Damián Siqueiros

Sereno ©

Desde la esquina-encrucijada más concurrida del ser, un incómodo inquilino mide tiempos y circunstancias: "las nueve y llueve" "la una, hay sol" "las tres, se nubla" "las cinco, el frío" "las diez, tornado"
Son casi las doce... Siento el escalofrío que anuncia noches con tormenta.... Fotografía: Tania Campos Thomas

Historias de un balcón ©

Cuando abrí la puerta por primera vez ahí estaba: un corredor a lo largo del ventanal de la recámara que apaciblemente, resguardado tras la breve pero maciza barandilla, observaba la avenida de enfrente (curioso juego de hermenéutica pura ese de los balcones que se asoman mientras te asomas). Desde que lo noté, el resto del inmueble se me olvidó. La verdadera distribución del departamento es algo que descubrí cuando volví para instalarme y era, en definitiva, distinta al modo en que la había reconstruido en mi mente: la herradura que formaba la estancia no existía, la cocina estaba menos al centro de dónde yo la coloqué, las ventanas del espacio que hicimos 'cuarto de huéspedes' aparecieron de pronto, etcétera).Tengo la suerte de contar con un amigo y compañero de casa que sí se fijó en los demás detalles (la última vez que me dejó a cargo de la elección terminamos en el sitio menos adecuado), de modo que en esta ocasión podemos llegar a casa sin temer algún incidente violento y nos es permitido vagar por las calles a la redonda exentos de casi toda preocupación.
Pero a mí, siendo honesta, nada me importaba más que el balcón y su promesa de regalarme momentos entrañables.Lo supe desde el inicio. Me ví llenando de plantas el alargado espacio, algunas colgantes, otras decididamente en el piso. Me sentí acariciada por el viento cuando, después de ducharme, mirara apoyada en el blanco cerco hacia la acera de enfrente (sería mejor desnuda, pensé, pero el afluente de personas es lo suficientemente vasto como para quitarme semejante idea de la cabeza ¡quién quiere una denuncia por faltas a la moral!). Me escuché conversando alegremente sobre fines y comienzos (alentada seguro por la finitud abierta, inconclusa sensación de libertad que deja siempre un sitio desafíante del encierro). Por sobre todas las cosas me supe escuchando: las aves por la mañana que se despojan de la noche sobre las ramas del árbol vecino, las hojas del verde ilustrador involuntario de mi ventana suspirando en airadas madrugadas, el murmullo de los autos que pasan y que a nosotros, urbanos irremediablemente, siempre acaban por hacernos falta, las órdenes de sus dueños desoídas alegremente por los perros paseantes. Todos sonidos augurados que, por supuesto, se han cumplido puntualmente.
Pero hay más. El balcón no deja de sorprenderme con regalos cada vez más excéntricos: la noche antes de navidad, una fila de carros a las puertas del edificio adyacente llamó mi atención. Con ese ánimo un tanto morboso y lleno de adrenalina que me asalta de vez en vez, me asumí testigo de algún trueque ilícito. Luego de observar curiosa por un largo rato, volaron hasta mí un par de frases que aclararon la situación: '¿tú también vienes acá para surtirte?' (mi corazón latió con fuerza); 'sí, casi no llego, pero una vez que lo pruebas, no se puede recibir la navidad sin tenerlo en casa, mi familia no me lo perdonaría' (¡vaya!, pensé, todo un clan de adictos irremediables); 'sí, es el mejor fruitcake que he probado'. ¿Fruitcake? (suspiré resignada). Hubo más de un cortocircuito en mi cabeza antes de llegar a la conclusión: vivo al lado de la dealer del mejor pan de frutas navideño de la región. Dicen que es toda una matriarca alemana. Habrá que probarlo.
Anteayer recibí el segundo presente del balcón: 'La guerra, la violencia... la gente no entiende... Y yo, que sólo soy poeta, ¿qué puedo decir?, únicamente ¡qué bellos ojos tienes!' Era una voz fuerte y decidida, tanto que alcanzaba a trepar por el edificio llegando sólida, casi sin vacíos, hasta mi piso. Corrí desde el baño todavía con la toalla a manera de turbante y me quedé embelezada mirando como, con paso lento, un anciano de bastón y sombrero se iba alejando mientras en el hilo de su conversación sorteaba hábilmente la incómoda presencia de varias cámaras de televisión. No supe quién era el distinguido señor que me dejó pensando: 'La gente no entiende el amor.... ¿qué puedo decir?'.

Feliz comienzo ©

Cuando pienso en los finales, invariablemente atiendo a los comienzos: hábito adquirido durante las madrugadas de un final que parecía dejarme en el vacío; digamos que es una costumbre adoptada a fuerza de fe. Hay que dejar morir lo que tiene que morir, para que pueda nacer lo nuevo. Alguna noche, un conversador de hermosa sonrisa me mantuvo por horas atenta a los finales de los que hablaba: el final de una película, el final de una relación (que recordó cuando describía al personaje del filme), el final de una calle recorrida muchas veces y hasta el final del mundo (cuestión que ahora nos mantiene pendientes de aquí hasta el 2012).La verdad es que me encanta pasar el tiempo colgada de los finales que enmarca con bellos gestos y una linda mirada, esa extraordinaria criatura a la que me dio por llamar mi querido inolvidable. Aun así, lo que se acaba deja de interesarme pronto y suelo concentrarme en la alegría de esas dichas pequeñitas que anuncian los comienzos...Caminar por la playa... sentir bajo los pies la textura de la arena húmeda, justo ahí donde, como dice un personaje de Alessandro Baricco en 'Océano Mar', no es ni agua, ni tierra... Sentarte en un balcón y mirar al cielo sólo para descubrirlo lleno de cosas que hoy pasaste por alto... Escribir, describir, poner en palabras toda clase de sensaciones y pensamientos... El silencio de estar con uno, acurrucado contigo mismo o con alguien que sin hablar te acompaña... hacer de la existencia una balsa y dejar que un libro lleve el timón cruzando algún mar desconocido....Escuchar, mientras te sumerges en el agua tibia de una tina, al vecino que, evidentemente desafinado, entona el blues más delicioso de la madrugada... hurtar a tu llegada a un nuevo sitio un caramelo de la puerta de la familia contigua que se puso navideña y planear devolverles en marzo el 'favor' pegando una flor en el marco de su ventana... Esas son algunas de las cosas que a mí ahora me hacen feliz y que me recuerdan cada final del día que yo ya he comenzado...

Cosas (con) que contar ©

Liminal... así fue aquel lugar... "El Barrio"... el famoso Barrio que me pelea la mayúscula inicial cada que lo pienso y que, a pesar de mis esfuerzos por olvidarle pronto, ya me arranca un segundo escrito...El Barrio no fue un sitio propiamente, lo hice espacio, más de tiempo que de geografía... Liminal es la palabra justa: resguardo de lo que, por impreciso, contamina... rito de paso mediante el cual lo que se es va dejando de ser antes de seguir siendo... de algún modo, basurero emocional al que se abandona en el cruce exacto que nunca más ha de recorrerse... La despedida tuvo cajas y sonrisas casi involuntarias: era un alivio irse, más que por el sitio, por el espacio... esos siete meses de deliberado vacío, de preguntas a las que no se les buscaba respuesta, porque de encontrarles un sentido, el mismo restaría fuerza a las ganas de irse, de vivir, de seguir como ahora (por fin) sigo. Al final... en los últimos minutos... cuando parecía que ya nada quedaba por empacar, El Barrio me mostró la última de mis pertenencias. Un vecino iracundo, nombrado administrador, había tenido la ocurrencia de presentarse en mi puerta noches antes para amenazarme por un lío con la dueña del departamento, problema en el que yo, déjenme aclararlo, no tenía nada que ver. Aquella madrugada no supe qué hacer (ante un hombre alcoholizado es complicado decidir algo) y me mantuve tranquila cuando el fulano en cuestión me advirtió que el domingo no podría sacar mis cosas. Llegó el día de la mudanza y, por supuesto, el señor administrador se apostó en la puerta decidido a detenerme. La serenidad mostrada por mí antes, evidentemente alimentaba su determinación: estaba seguro de que una mujer, sobre todo una que no había reaccionado violentamente cuando lo ameritaba, sería fácil de amedrentar y someter... ¡Qué equivocado estaba!: El Barrio me había enseñado (y he ahí el descubrimiento que me quedaba pendiente) a defenderme como sólo ahí es posible... En cuanto lo ví, algo se despertó en mí. Aún no sé exactamente cómo definirlo, pero el resultado es que en menos de cinco minutos lo mandé a su casa sin chistar. He de decir que la sonrisa se volvió franca y voluntaria cuando crucé con paso firme con todo y cajas las puertas de ese espacio... Liminal... la última fase de reubicación en el mundo para mí tuvo como marco verbal las palabras menos esperadas: ¡misógino, a mí nadie me dice cuándo y cómo me voy! Lecciones del El Barrio y cosas con las que contar... Ya sé quién soy...

El barrio ©

Siempre me referí así a este lugar: el barrio. Desde el primer día en que me paré por aquí; aquella tarde en que supe sin lugar a dudas que me alejaba irremediablemente del sitio que sentía mío. El nombre pronto se socializó; yo lo decía tan naturalmente que mis amigos empezaron a preguntar si iría al barrio cuando indagaban si llegaría a casa. No había desprecio en mi forma de llamarlo, el barrio únicamente era el modo en que más me acomodaba nombrar un sitio que sentía ajeno y al que no deseaba hacer parte de mí. Así lo había elegido: me iría por siete meses (número cabalístico) a la nada, estaría en el vacío que me permitiera ubicar mis verdaderos deseos. Que este nunca fue mi hogar lo confirmé día tras día. No es nada personal. Sólo la constante idea de que aquí era una isla, elegida arbitrariamente por mí para terminar de dejar lo que me venía sobrando desde hace años. Quizá por eso soy injusta cuando evalúo las calles (maltrechas), los perros (maltratados), los vecinos (extraños), los transeúntes (violentos), las fiestas (ruidosas), el agua (insalubre), los alacranes (poco amistosos), etcétera. Dicen que desde la ventana de la sala se veían hermosos los amaneceres, yo nunca los ví. Soy nocturna, pero aquí lo era más que nunca, creo que no quería enamorarme de una mañana en este sitio. La luna no dejé de notarla y sí, se mostró siempre bella, pero yo me recordaba que no es difícil encontrarle el lado lindo a la noche sin estrellas. Mentiría si dijera que extrañaré al barrio. Sin embargo, dejo más de lo hubiera deseado; como en todo naufragio (incluso premeditado) hubo pérdidas, algunas dolorosas, francamente todavía desgarradoras. El barrio me vio llegar llorando y, aunque yo creía que me vería reír al dejarlo, la verdad es que me voy reteniendo un par de lágrimas. Hay que saber dejar morir para que lo nuevo nazca, por eso (y sólo por eso) ¡salud y larga vida al barrio!

Los inquilinos ©


Entro justo detrás de ellos. Él chileno, ella "americana", me dice él. Vaya, pienso, una pareja más hecha de pura globalización. Les gustan las lámparas. Mis lámparas pienso yo. Caminan de prisa por la habitación. Yo me acerco con cautela, los fantasmas me miran, preguntan desconcertados "¿te cae que no vuelves? No, digo yo, ya lo sabían. Buena elección la de los muebles. Mis muebles, pienso yo. Regresan a la sala, se acercan al ventanal. Yo veo mi silueta dibujada en el pedazo de alfombra lleno de sol. Mi gato y yo, tumbados cuan largos éramos en ese rincón. Me encantan los sillones, dice él. Mis sillones, pienso yo. Hay uno, el de la derecha, en el que me encuentro con las piernas cruzadas y el periódico sobre ellas: lee en voz alta, pedía Roberto, mi huésped consentido. Pasan a otro cuarto. ¿Es el de visitas? Pues lo era, contesto. Ahora será lo que ustedes decidan. Cuarto de televisión, dice ella. Linda voz, pienso yo. ¿Y allá? Queda bien un estudio ¿no? Pues sí, quedaba bien, pienso yo. Podemos poner el escritorio. Mi escritorio, pienso yo. Este departamento tiene buena vibra, dice sonriente el de acento chileno. Claro, le digo, no podría ser de otra manera si yo vivía aquí. Reímos un poco de manera forzada los tres. Mal chiste, pienso yo, y sí, tiene buena vibra... e historias, muchas, más de las merecidas.La pared está muy linda. ¿La pintaste tú? Sí, la pinté yo. ¿Alguna técnica en especial? Esponja de mar y cuatro tonos de verde, pintura diluída, le recito la receta sin mayor interés. Lágrimas y una madrugada infame también, pienso yo. Se queda, determina él en un segundo, dejas el cuadro ¿verdad? Sí, lo dejo. Mi cuadro, pienso yo. Ella habla por segunda vez. Mi amor, podemos poner otra cama en el cuarto de visitas para cuando venga más gente. Linda voz, vuelvo a pensar yo. No, contesta él, tajante y sin voltear a verla. Ella queda en silencio. Mi antiguo silencio, pienso yo. Cerramos el trato. Jalo la puerta tras de mí. Alcanzo a escuchar que me dicen ¿te cae que no vuelves? No, ya lo sabían, contesto. Vendré a ayudarla cuando quiera pintar paredes, pienso yo. Fotografía: Tania Campos Thomas

A la deriva ©


Hoy escribo así: a la deriva. Intento que cada palabra surja de lo más profundo, sin pasar por el absurdo análisis al que suelo someter cada una de mis letras. Siento, sí. Todo lo que escribo viene del alma, pero tengo un aduanero instalado en la mente, listo siempre para cobrar los respectivos impuestos. Hoy no será de ese modo. Estoy decidida a saltarme la barda, brincarla impunemente sin preocuparme por la legalidad y los acuerdos que el territorio del corazón ha firmado con el resto del planeta. Hay días en que toda yo soy una barca, casi siempre naufragando entre ideas. Para flotar me abrazo a un cúmulo de sensaciones conocidas que he amarrado con los años y que suelen servirme como refugio temporal. El resto del tiempo suelo ser sólo agua que se mezcla con el mar en el que habito. En ocasiones soy una corriente fría que trae consigo especies raras de lejanas playas. En otros momentos me vuelvo cálida y apacible, huyo a los esteros para hacerme río y que vuelva un poco la calma... pocas mañanas elijo sólo ser laguna y me estanco entreverada entre juncos. Me aburro pronto, lo que no se mueve se muere y yo, si algo tengo, es que me sé y me gusto viva. Fotografía: Francisco Zuno

Deshielo ©


De todas las leyes inexorables, esas que se apellidan destino, hay una con la que me llevo bastante mal: “lo prematuramente dado por perdido, sorprende siempre resurgiendo de la nada”. Me ha costado entender, a pesar de lo obvio que resulta, que los vacíos cubren mal. El problema no es el extravío: andar perdida es lo mío desde hace algún tiempo... Tampoco me tomó demasiado dejar de echar de menos eso que, ahora sé, estaba de más. El conflicto viene en desconcierto, la sorpresa rebasa por la izquierda, hay un vértice, se cruzan los caminos y en desacompasado andar me deja. Hago un descubrimiento: el alma se fisura... da miedo el deshielo... Fotografía: Tania Campos Thomas

Florido infierno ©


Ella se miraba, solía hacerlo con frecuencia; buscaba en su piel las huellas dejadas por aquellas manos, desde hace años tan ajenas. Aun en los momentos en que el dolor había sido casi insoportable, no apareció por ningún lado una señal que pudiera indicar, al menos con mínima proximidad, el sitio donde dolía.
Hace tres meses él desapareció bajo la cama. Desde entonces ella se desviste con lentitud cada mañana y palpa milimétricamente su cuerpo... la enceguecían los recuerdos. Nada. La minuciosa exploración no descubre ni una gota de sangre reseca que pueda traducirse en el anhelado hallazgo de la herida. Sin embargo, sabía que durante un tiempo se desangró de a poco, las venas se agrietaban en su interior. Lo supo en su momento, lo sintió, nunca lo vio.
Sólo él sabía mirarla con atención. En su búsqueda, siempre incierta y desmedida, se allegó más de un espejo humano: los tomaba con precaución, intentaba cautelosa asomarse, deseando con fuerza que su reflejo apareciera en otro ojos, en otra vida. Sólo él podía hacerlo, se decía desconsolada luego de cada intento. Sólo él lograba mostrar las llagas, abiertas, sangrantes, dolidas en sí mismas.
Él, que era lo mismo antídoto que veneno, se fue una madrugada. Como siempre, ella se disponía a añorar su ausencia cuando descubrió que esta vez en verdad ya no estaba. Lloró, sí, apesar de que sabía que así tenía que ser, que para eso habían dejado abierto el peculiar acceso debajo de la cama. Hace años no se amaban y ninguno de los dos ignoraba que él o ella, quizá el más valiente, un día habría de bajar esos escalones, cerrando tras de sí la puerta.
No lo buscó. En los primeros días de su relación, cuando ella todavía elogiaba la sonrisa que enmarcaba el rostro de él cada vez que declaraba enfático alguna idea, entre besos le escuchó decir: "si un día ya no me amas bajaré, por aquí y sin pensarlo, al infierno"; señalaba la escalera que desde la alcoba daba al jardín trasero de la casa". "Pero, querido, ¿desde cuándo el infierno tiene flores?", respondía ella, divertida ante la ocurrencia.
Aunque reía, sabía que era verdad; sabía además que no iría en su búsqueda cuando eso sucediera. No lo haría nunca, porque cuando él se fuera, algo de ella volvería, algo de sí misma que añoró desde el inicio. Por eso cuando se fue, ella se paraba frente al espejo asiendo con fuerza, casi con rabia, entre el pecho y la boca, ese pedazo de sí, eso que le devolvería la posibilidad de encontrarse y de sanar las heridas.
"Las heridas que tanto dolían no dejaron cicatriz", pensó aquella mañana. Mientras saboreaba la frase diciéndola despacito una segunda vez, escuchó un murmullo bajo la puerta secreta de su alcoba. Su corazón retumbó de inmediato. ¡No podía volver!, ¡no era parte del acuerdo!, al menos no era lo que ella esperaba que sucediera. Ella se tenía, por fin había sido devuelta, no quería lidiar con más sorpresas."Es el infierno, ¿te acuerdas?, aunque tenga flores es el infierno" repetía fuera de sí, dando vueltas por el cuarto, desnuda, encendida. "Nadie puede salir de él sano y salvo". "Nadie de las cenizas regresa", gritó acercando su boca a la rendija de la tapa sobre la escalera. "¿Me oyes?, no vuelvas, si lo haces dejaré de saberme otra vez, no vuelvas".
Tendida en el piso, entre lágrimas se despojó de la conciencia, dormida soñaba su voz: "ya no hay flores, ya no hay huellas". A primera hora del día siguiente mandó tapiar la puerta. Ni un rasguño queda, constató su cuerpo por la mañana frente al espejo. Decidida empezó a cultivar de nuevo. Esta vez pensó: "únicamente será en macetas". Fotografía: María del Mar Cachón

Víscera-luna ©

Yo no tengo corazón: un día de abril, la víscera pálida se hizo luna. De tiempo en tiempo, casi siempre estando plena, me desnuda... Luego, de a poco, mengua cautelosa. Para hacerme nueva se oculta... Cuando la doy por perdida, la taimada crece... palpita... se llena...

Máximas muy mínimas ©

Sólo con silencios es posible remendar lo que la palabra ha desgastado. El zumo de una mandarina puede ser la bebida más apropiada para brindar por un agridulce reencuentro.
Si esperas al amor de tu vida, se te va el colectivo bajo la lluvia... ¡Ay!, no siempre vale la pena.
Mirar hacia el cielo es un absurdo cuando no sabes lo que en él puedes encontrar. En literatura nunca será lo mismo hablar de tejocotes que de ciruelas.
Si no te llamas a tiempo, puedes encontrar ocupada la línea de emergencia.

Cinta canela ©

La última vez que tuve entre mis manos un rollo de cinta canela empacaba cosas que no eran mías y, sin embargo, con ellas algo importante se iba de mí… Curiosamente, la condición para reencontrar eso que empezaría a buscar poco después, era precisamente acabar de perderlo. No obstante, conservé por varios meses las dichosas cajas, moviéndolas de lugar según me iban provocando problemas. Primero hubo que quitarlas de la sala, a causa de las largas horas que me quedaba mirándolas, intentando calcular, casi matemáticamente, si el espacio que ocupaban era mayor o menor al que dejarían vacío dentro de mí cuando ya no estuvieran. Pocos días estuvieron apiladas en la recámara, aunque fueron suficientes para enmarcar mis ojos con unas profundas ojeras que, dicho sea de paso, adquirieron la mala costumbre de reaparecer cuando ando triste. En el estudio es donde se mantuvieron por más tiempo, esta vez regadas de tal modo que formaron un pequeño laberinto que nunca aprendí a cruzar sin caer de bruces y llenarme de moretones; improvisados obstáculos que impedían a cada rato que lograra contestar a tiempo el teléfono… Así fueron a dar al cuarto de servicio de donde, esperaba, podrían desaparecer en cualquier momento. Lo tenía todo fríamente calculado: dejé una palm a la vista de quienes yo consideraría benéficos ladrones si hubieran cumplido con su deber… ¡pero no cumplieron! Una noche soñé que el cuarto en el que estaban se inundaba con agua de lluvia y que la humedad había deshecho todo, dejando solamente una gruesa alfombra de humus que prometía convertirse en un jardín... no sucedió. Tuve entonces que ponerme altruista con sombrero ajeno: doné los libros a universidades (soy amante de las letras, ¡pero no de los compilados sobre etnoarqueobotánica!), la ropa a los asilos y los objetos útiles (como la bendita palm con todo y su teclado) a los amigos… Quedaron cuatro cajas, rotuladas por mí para anunciar su contenido: "cosas de los últimos siete años de tu vida". Dentro de ellas había fotos, cartas, documentos, monedas, dijes y cuanta cosa puede una persona acumular, so pretexto de recordar a sus seres queridos… dos semanas bastaron para decidir el destino de tan variopinta selección: todo a la basura, a excepción de aquellas imágenes en donde yo salía sonriendo.Ya sin cajas, descubrí que había olvidado embalar las ausencias... me sentía tan cansada que me pareció más fácil aprender a vivir con ellas, tiré la cinta canela y me lamenté de haberlo hecho cada tercer día, cuando algún silencio no explicado me ponía al borde de un ataque de nervios... Muchas veces nos peleamos los fantasmas y yo, tantas como nos perdonamos y volvimos a compartir la mesa.... Sólo que hace un mes el conflicto fue mayor y ya no hubo reconciliación posible.... por eso ahora la que se va soy yo... dejo a su suerte y en la estancia principal a todos los que se fueron antes… será esta vez mi ausencia quien les sirva el café... me queda poco tiempo aquí… los rótulos ya está previstos: " cosas de los últimos dos años de mi vida"... pero aún no he guardado nada porque no tengo cajas... ni cinta canela.

Reincidente ©

Apareces y, a cuenta del destino, pareces más distante que el distinto.Yo, hilvanando entre silencios noches y mañanas, hace tiempo te encumbré. De desespero te puse las alas. Tenías que irte, arrojarte al vacío, justo a ese que ya no era mío. Llega la noche y no saltas. Madrugada a la espera de que un día desaparezcas... Nuevamente eres tú, aunque lleves otro nombre; desde otra historia, con otra cara... Reincido... ¿cuántas veces más retornarás para volverte a ir, así, sin mediar palabra?

Mantra ©

No pasa nada. Nunca pasa nada... aun cuando pasa. Pero justamente (y empleada con toda exactitud esta palabra) cuando dejamos que pase eso que nunca pasa, se nutre la materia de la que está hecho lo mejor que tenemos: el olvido sin intención (por ello maravilloso), la serenidad y el silencio; esas pausas deliberadas que, entre el pensar y el sentir, transforman el hacer en su propio devenir.

Hermenéutica ©

Mi vida tiene un antes, un después y un ahora que procura parecerse al antes, pero cualitativamente diferenciado por el paso de aquel después... Es, como todo, un proceso cognitivo que, en tanto tal, consiste, ni más ni menos, que en montarse en la espiral mediante la que se construye el conocimiento o, si se prefiere (y simplemente porque la palabreja existe), en hermenéutica.
Curiosamente, en sentido estricto, no es posible conocer lo desconocido, pues sólo somos capaces de preguntarnos sobre aquello en torno a lo cual tenemos una idea previa. Para complicar las cosas, luego habrá que extrañarnos (en todos los sentidos posibles del concepto) ante el objeto de nuestras indagaciones; es, pues, necesario hacerlo "un otro" que antes no había y ponerlo "en cuestión".
Hechas las averiguaciones correspondientes, incorporaremos a nuestro saber ese conocido-desconocido que hemos vuelto a conocer... un día, más por necesidad que por necios, dejará de parecernos lógico y familiar lo que sabemos y ¡ahí vamos de nuevo!
Esto es así con todo lo que aprendemos, desde ¿a qué sabe una manzana? hasta la posibilidad de habitar la luna (que no "en la luna"). Pero, sobre todo, esto es así para la identidad (la nuestra) que, dicho sea de paso, puede existir (y de hecho lo hace) únicamente frente a esas "alteridades" (otra palabreja rimbombante, pero útil).
¿A qué viene todo este rollito supuestamente trascendental? Bueno, a que decía que mi vida tiene un antes y un después, así como un ahora tan revuelto y confuso que (si se fijan lo notarán) el después le antecede.... Es justamente la comprensión de ese ahora lo que ahora (sí, así, redundante) intento hallar y, en efecto, (otra vez redundante) lo busco (y me busco) en el antes anterior (válgame) y en el después que le siguió.... Me interpreto....

Mansa calma ©

Como el agua: sólo embravecida aúlla el alma, los corales se desteje a marejadas. Desesperanza de sus orillas arrebata. Mientras tanto... mansa calma: lagunea de sí misma desterrada.

De mar el agua ©

De mar me he forjado la existencia: vengo y voy, traigo la marea arremolinada. Pero, a veces, sólo aveces, anclo mi ser; los pies firmes sobre la arena y en el arrecife de mis costillas el corazón entre olas estalla: dentro del vientre acuno en calma la última noche de mi pena. Hoy sé que los océanos me habitan. Alegre y tibia pronto me tornaré agua: agua pura y salada, de ríos que diluyen en el mar la rabia. Líquida, hirviente de anhelos, en soledad navegada. Luego, pasado un tiempo, seré agua fría y descansada: con la serenidad que se augura en el reflejo de un cuenco lleno de mí, de agua, sólo agua, agua fresca y clara.

Liminal ©

No tengo duda: lo sano es habitar las orillas... del ser, del amor, del alma... quedarse a vivir en los límites del continente donde las fronteras son sólo agua.

Agualuna ©

Deja el mar sobre la playa su simiente, agualuna en solitario derramada. Sin amante (como yo) la arena se descalza, a la orilla alisa el vientre, suspira dorada de sol, dolida del alma. Aquí estamos los tres abandonados (por fortuna y a su suerte), dejando olvidados los miedos entre el agua.

Montaje ©

¡Y sí!, apelar a la locura es manía de poetas. Igual que las fantasías, amadas por lúbricasy dejadas por olvido en ajenas almohadas. Igual que los versos,entre penumbras, de desespero que apenas cabe en los límites de alguna servilleta. Igual que la víscera y sus palpitaciones sobre la mano ensangrentada del autor (previamente descorazonado). Igual que el vacío donde yace inerte la existencia, igual que la muerte vital de los sueños, igual que el alma llamada tras su destierro con insistencia. ¡Y sí!, pero desquiciados no están los poetas: los deseos nunca dejan extraviados; sus palabras siempre tienen un sentido que, inevitablemente, desborda las fronteras. ¡Y sí!, pero a pesar del sacrificio, entre sus costillas late enérgica la vida y suelen maravillarse cada vez que despiertan; se aferran a las orillas de sus abismos y miran curiosos al fondo de los desiertos pozos donde encuentran, plácido y feliz, el espíritu que (se supone) esperan.

Breve instructivo para vivir ©

1- Hágase de un buen depredador que sea capaz de desgarrarle ropa, cuerpo y alma (no invierta el orden).
2- Pierda (o piérdasele, según prefiera) al victimario y manténgale ese estatus durante un tiempo suficiente; siéntase víctima (de él, del mundo y de sí). 3-Intente infructuosamente averiguar cómo y por qué sucedió lo que lamenta; indague con minuciosidad las motivaciones de su verdugo y concluya que la resolución del enigma reside en su propio interior. 4-Prepárese (aunque esto no es indispensable, lo puede hacer a tontas y a locas si le apetece) para un periodo más o menos largo de narcisismo agudo que justificará apelando a la intuición de que se ha perdido y a la necesidad de buscar en sus profundidades cualquier cosa (incluso a sí mismo). 5- Excave en emociones y pensamientos hasta que dé con el abismo que lo habita (acudir a psicoanálisis facilita esta fase, aunque dificulta el resto). 6-Regrese con su nada a cuestas y mire a su alrededor: el mundo sigue ahí, usted sigue perdido y, encima, resulta que lo que le hacía sufrir no existe. 7-Despídase del depredador-victimario-verdugo, deshágase de la víctima, olvídese (de él, del mundo y de sí) y viva lo que le venga en gana vivir.

Secuela ©

De todas las secuelas que me dejó tu partida, hay sólo una que parece resistirse a mis ganas de vivir: ¡tengo una terrible capacidad para anticipar las ausencias!

Recuerdo ©

Desde el puerto donde a buen resguardo dejé el alma, hoy me maravillo de ti: ¡salve la nostalgia este recuerdo! Que se mantenga intacto, muestra de esos días que felices fueron. Más tarde, llegará el momento para liarme con el resto...

Insomnio ©

Hay madrugadas que se replican... unas tras otras suceden, encadenadas... 4:46 a.m, el alma noctámbula emerge uniformada.... Insomnio. Es sólo una costumbre, insana por cierto (o por cierta, eso nunca se sabe). Ya no hay dudas... ni rastro de la añeja angustia. El horror se disipó hace tiempo... Sin embargo, permanecen los ojos abiertos... Será, tal vez, que el espíritu aún recuerda....

Anhelo ©

La duda se aloja en la piel; entreverada va revuelta sobre sí, sobre mí, sobre la hierba mojada bajo mis pies. De soles y estrellas tejo la vida, hilvano deseos y añoranzas... Pero anhelo... y esa es una mala costumbre. Anhelo...y se fugan los sueños. Anhelo... Anhelo volver a sentirme cálida, resguardada en un abrazo. Sólo eso: el olor de otro cuerpo que me ayude a mudar el alma.

Silencios ©

Escucha el ruido sordo que llamamos silencio, esa tibia marea que viene y va serena. Mira tus manos repletas de ti. ¿verdad que hay vacíos que nos llenan?

Deseo ©

Entre tu piel y mis ganas de mango se hizo el deseo. Te palpo incierto a la distancia, (lejos de mí, que no del alma). Se filtraron las caricias, desnudas quedan: eran sólo palabras.

Femenino ©

El dolor que forja, no hay duda: es femenino; lo es tanto como la nostalgia y el temple (mitad fuerza y mitad maña); lo es tanto como el dolor que causa olvidar, más que ser olvidadas. Las mujeres atesoramos el dolor, el nuestro y el de todos aquellos que nos duelen... vamos por la vida recogiendo sufrimientos ajenos para tatuárnoslos en el alma. Por costumbre, por macabras enseñanzas (busquen ahí al autor del feminicidio más grande de la historia), las mujeres siempre damos vida: cuando no sumamos a la especie, revivimos espectros y fantasmas. Es nuestra naturaleza: no sabemos cargar con los muertos.

Guerra fría ©

Hace tanto que las causas se olvidaron y, sin embargo, las armas nunca se han depuesto. Ni siquiera puede decirse a ciencia cierta qué diantres originó esta batalla... estéril, siniestra. El sinsentido seguramente, como siempre, habrá hecho su parte. La compasión mal entendida, la redención del ego herido, el amor hecho denuncia, la paz como pretexto. Aquí, en el corazón, la guerra, la miseria y el destierro. De sangre y mar un día se hizo el silencio. El deseo en mi interior juega al soldado, aunque el olvido se ha fugado hace mucho, pero mucho, mucho tiempo...

Diálogos (sin) sentidos ©

Acuno el corazón sobre mi falda. ¿Y qué le cantas? Nada, está cansado de oir palabras. *** ¿Sabes lo que es la melancolía? Es cuando se extraña. Es cuando se añora quien uno ha sido. *** Me encontré en una esquina de ti ¿Ya no te haces falta? A veces, cuando en la acera de enfrente te miro conmigo. Y yo, ¿yo te hago falta? Sí, cuando en el vacío te siento cerca y te hallo tan fuera de ti mismo. ¿Y si al final te olvido? Sabré recordarme, de a poquito. Como se recupera lo que de pronto se ha perdido. *** Me llamaría Libertad. ¿Y qué recordarías con ello? Por lo pronto, la libertad de cambiarme el nombre. *** Mundo está enamorado. ¿De la mujer que lo dejó? No, de su ausencia. *** ¿Dónde andas?
Donde el olvido me deja.

Faltas ©

De lleno faltas y es de alegrías el duelo. En el reconocer te invento y me armo de mañana cuando duermo. Es con el alba que sueño, con todo y alas repto... sólo en mi dolor te encuentro.

Cuando lo es... ©

Vasta, cuando lo es, la alegría convoca: acude a la risa y urge al olvido. Simple, cuando lo es, la alegría se encarna: llena los vacíos, devuelve la calma. Cierta,cuando lo es, la alegría avasalla: arropa de encuentro, desgasta la rabia. Cálida, siempre lo es, la alegría decanta: disipa el espanto de saberse vivo.

Abismo ©

¿Qué es un abismo? Péndulo-cuerpo, suspendido follaje de tendones y huesos. Es la sangre latiendo, el sudor, la saliva (savia de un beso). Qué es del vacío sin el recuerdo, sin la añoranza, sin nuestras sombras, sin el deseo... Caen de las ramas frutos-veneno y en mis raíces de alegres rabias, húmedo musgo crece en silencio. Con este vientre lleno de ausencia, sólo te espero.

Te destino ©

Con tu voz me vuelvo río, me transpiro, me deshago, me derrito...Vuelco ansias y, entre sueños, te hago mar, te desarmo, te destino...

De Fin Ido ©

De fin ido, el sueño encuentra herraje-herrumbe (almas desiertas). Encanto al duelo, le canto un cuento, despierta inquieto, se va en silencio... Espero atenta, no vuelve... Es que en la siembra renace el viento, se arremolina entre manos viejas. Aguarda niña que ya se allega...va despacito pero comienza.

La búsqueda ©

Los pies, las manos, el corazón...Entre las vísceras y mis costillas... ¡Es un enredo! Miro mi sangre, la piel, los huesos...el alma rota,la boca roja,la vida en contray en esta búsqueda(infame-incierta)aún me pierdo.

Cítrica ©

Junto las manos sobre mi rostro y aspiro profundo...me descubro cítrica y rota... pero en reconstrucción. Bajo el amparo de los hacedores de milagros resurjo apenas. En alegrías me espero: huelo a limón.

Altar ©

Le faltan flores al altar de tu partida...Entre las sombras miro ausente. Las veladoras son blancas y están prendidas. Así me enseñaron mis abuelos: hay que honrar a los muertos con luces que les muestren el camino...Pero no hay flores en el jarro rojo. Por eso me puse a llorar frente al altar de tu partida que entre las sombras miro ausente...las veladoras son blancas y están prendidas. Así me enseñaron mis abuelos a recordar.

Franqueza ©

¿A mis pies?... mmmmmm.... te prefiero entre ellos.

Llamado ©

Te llamo...Los pies pisando firmemente la tierra y los brazos hacia el cielo...Una vez, dos, tres, cuatro...Desde bien adentro...Vibrando, el corazón retumba en mi estómago...Te urjo a despertar de tu letargo... ¡muévete, Pabe!: es tiempo de seguir andando.

El paraíso ©

Me gusta estar en penumbras, pero no soy una persona oscura. Sólo me gustan las sombras cuando se asoman de entre colores brillantes: anaranjado es el paraíso, al menos el mío...Puedo pasar tumbada en el sofá la noche entera, mirando el espacio que construí para mí: parece tan distinto todo cuando con mi gato nos (des)hacemos de recuerdos. No soy una víctima, aunque sí sobreviviente siempre a la espera de comenzar de nuevo...Pero, cuando en silencio observo a mi alrededor, descubro que hace tiempo he iniciado: es un camino sin retorno y es anaranjado.

El inicio ©

Al comienzo fue la nada. Ser y estar fusionados. Sin búsquedas, sólo la plácida calma de quien no se sabe de otro modo...Luego un dios (o varios o ninguno) empezó a llenar el vacío. Una chispa, un algo que de pronto fue, cuando nunca había sido. El espanto con sus incómodas preguntas se alojó en el centro de aquello, antes neutro e ilimitado: ¡se nos jodió la vida niña, cuando ni siquiera había iniciado!Empezamos a contar los días fraccionándoles hasta el instante. Tan mínima y volátil resultó nuestra creación que inventamos el dolor, la tristeza; la nostalgia de esperar lo que ya se ha ido...No faltó quien encontrara la alegría y se puso a sufrir por su ausencia. Hoy las respuestas nos habitan. ¿Y la vida? La vida, niña.... la vida sigue jodida, pero esta vez parece haber iniciado.