Exangüe ©

Exangüe. No es una palabra bonita la que esta tarde me deja sin sangre; no puede ser una palabra bonita porque en el mundo hay también letras que no riman como una quisiera. Hoy es uno de esos días en que la vida se nos pone cacofónica, átona, desafinada. 

Hay palabras que se joden en las intersecciones, en los cruces donde nos encontramos porque no había una calle vacía por la cual transitar sin darnos de frente con algo de la humanidad que andábamos evitando. 

Mejor sería no hablar, ubicar los silencios donde no sean incómodos, pero ésta no es una tarea sencilla: el silencio que complace es una criatura difícil de hallar entre dos hablantes; nace sólo ahí donde el amor es apacible, compasivo, sereno.

Si pudiéramos caminar sobre los puntos y las comas -descansar sobre el respaldo de la perfecta combinación de un punto y coma- otro verbo nos cantaría. Pero somos más sustantivo que acción en sintonía; adjetivos vienen y van en la transacción de dos enojos mal entendidos.

El dolor de quien nos es desconocido es siempre algo extraño, ajeno, por eso desconcierta cuando lo atribuyen a lo que has dicho; decir no siempre tiene un destinatario, pero sobran las almas hambrientas de recibir mensajes, por eso se ponen las oraciones como sacos a la medida de quien ni siquiera podrías saber la talla.

Tenemos un defecto quienes estamos sin remedio unidos a las letras: escribimos y hablamos todo el tiempo, incluso dibujamos los silencios. El alud del cúmulo de lo indecible termina por sepultar a quienes ni siquiera imaginamos. 

Mis palabras no llevan tampoco remitente y aun así recibo acuse, se me acusa: ¡me has herido! ¡Pero si no tengo idea de quién eres!, ¿cómo puedo yo conocerte las partes lastimadas? Entiendo: hay palabras que son como balas perdidas. ¿Qué te digo?, escribí en defensa propia, buscaba solamente descargar las armas.

Será que los muros siempre son para los lamentos, cuando no de quien escribe sobre ellos, de quienes al pasar leen frases que les mueven las entrañas. No me siento culpable de rayar los senderos por los que transito, al final son mis calles y mis dichos.

Si por aquí iba de paso, disculpe usted la sangría. Aunque lo parezca no es suicidio, todo lo contrario: me desangro cada tanto para mantenerme en vilo, porque no hay escriba que pueda contarlo todo sin de vez en cuando renovar la tinta.