El silencio ©

A Genny Galeano por la Arquitectura del silencio.

El silencio está ahí donde el garabato de mis letras muestra el vacío; es difícil saber si la O contiene en su centro lo callado o si es en la línea, curva y perfecta, donde radica aquello que no se dice. Pero el silencio es más que lo no dicho, es también aquello que no precisa decirse, que no nace con las palabras, que existe sin ellas, como el mar cuando está en calma sin sus orillas, sin fin ni principio.

Claro está, hay silencios hostiles, cómplices, que ocultan, que carcomen como polillas los huesos y nos dejan desvencijados. Pero esos silencios no son el silencio, ni en el todo ni en sus partes: se trata de pequeños farsantes llenos de ruidos que buscan escapar a toda costa porque no saben navegar sin ver las orillas, el fin y el principio que necesitan decir, que dirán cualquier día, gritando o en un susurro, afilados, con las entrañas por fuera, sin los huesos ya roídos. 

"Si el corazón deja carcasa", dije algún día de esperanza; luego prometí callar y durante un tiempo me hice polilla rumiante entre un montoncito de finísimo polvo, de mis restos resecos que eran pocos porque mucho había perdido. Un silencio diminuto quedó para siempre en los resquicios de cada palabra escrita. Hay silencios que duelen, aunque no sean el silencio, sino pequeños farsantes llenos de ruido, alojados en nosotros cuando somos barco hundido. 

Pero el silencio es otra cosa, el silencio verdadero que se acoge a la amnistía de aquel reino de insectos cuando mora en la alegría, cuando es pausa donde no hay más que la existencia por sí misma, muda de asombro, de dicha. En silencio nos amamos, por ejemplo, como en ningún otro momento sabemos amarnos, infinitos, salvos de aquello que nos une o nos separa: para abrazarnos largo tiempo hace falta callar. 

El corazón deja carcasa, el silencio obra arquitectónicos milagros: el árido polvo que fuimos una vez desvencijados se humedece, cubre los restos y nos hace arrecife bajo el agua. Al besarnos, las palabras se retiran como baja la marea, en silencio descubrimos la existencia por sí misma, dichosa y muda, en el asombro de encontrarnos lo callado, quizá en el centro, quizá en la línea, curva y perfecta, de nuestro amor que es como el mar sin sus orillas. El silencio está ahí, donde el garabato de mis letras se hace vacío amable, donde transcurro callada y feliz, siendo de tus mares la embarcación y el agua.