Cruces ©

En el sur también hay cruces, hablan, son entradas a otros mundos, tan otros que tienen que ser mejores: sus habitantes no temen a la muerte que allá baila, ni guardan minutos de silencio, atesoran  las palabras porque con ellas se (en)canta.

Dicen que un día aciago aparecieron en la corteza de un árbol, eran tres, una grande y dos pequeñas, como madre que cobija a sus hijas a los lados; de caoba, las raíces sumergidas en el agua, labios de hojas vinieron a decir que sólo los condenados a muerte cargan cruces en la espalda, que el verdugo es el olvido, que el silencio lo acompaña. 

Nuestras cruces son distintas, no tienen raíces, no son de caoba, pintadas de rosa se calcinan en medio del desierto que no habla, le cortaron la lengua, le amarraron las manos, le secaron los ojos, su espalda es cadalzo.

Son las hijas, ahora con sus madres a los lados. Dijeron, por eso sus almas ni cruces van cargando, para ellas no hay cobijo aunque lleven mantas en las manos: van a arropar a sus niñas, a mecerlas en silencio sobre el regazo. El verdugo es el mismo, letra muerta sus cantos. Nuestras cruces son distintas porque callan.