Como puedo ©

A Judith, porque pregunta y se pregunta. 

¿Sabías que la palabra "sentir" tiene más de catorce acepciones en el diccionario?, ¡quince según el de la Real Academia de Lengua Española! Esos viejitos que degollan sin piedad tildes sobrantes, no resistieron la tentación de incluir esta palabra incluso como adverbio locativo, ¡eso sí!, hasta el final y con la salvedad de un "sin" antecedente que la diferenciara del resto del lo listado. 

Ni así agotaron los significados de este peculiar significante, porque "sentir" es de esas palabras rebeldes, contestatarias, que rebalsan los límites de las letras que las contienen y nos dejan con algunos restos pendiendo de los labios, pendientes en las orejas, prendados en las manos y en los abrazos, justo ahí donde los cuerpos que se entrelazan dejan espacio, justo ahí donde lo que siento no puede ser sentido de la misma forma por nadie más, justo ahí donde las palabras sobran y se apela a la esperanza de que algo sea sentido.

Me preguntas por el dolor de las pérdidas, y cuando lo preguntas las anticipas, olvidando que "sentir" es también "barruntar lo que ha de sobrevivir" ¿Será que la pérdida es la premonición de lo que se queda, de aquello que se aferra a la vida porque sabe, porque siente, que vale lo mismo la pena que la alegría? Será que sé poco de cálculos, de ganancias y déficit, nunca me ha preocupado perder en cualquiera de las partidas que emprendo (o que me agarran desprevenida). 

Me preguntas por los riesgos que, aseguro (sin estar segura, claro está), son mayores cuando se opta por dejar de sentir. Mi respuesta es simple (tanto como compleja): lo que está en riesgo es la vida misma, la vida en el más amplio sentido, el sentido de la vida, el sentido que tiene vivir. No sé si es posible renunciar a sentir, pero si lo fuera ¡jamás lo eligiría! No estoy dispuesta a dejar de sentir aunque eso suponga dolor, porque el riesgo es dejar de sentir lo demás, y lo demás es lo que nunca está de menos. 

Supongo que no hay manera de evitar la humedad de las cobijas bajo la lluvia del indigente que se quedó con las arrugas de tu corazón andante, sin perder también la sensación profunda y vital de la arena tibia bajo los pies una mañana junto al mar. Supongo que no podrías renunciar al dolor de las ausencias sin provocar que las queridas presencias se vuelvan insulsas. Supongo que no se mira de la misma manera, que se deja de escuchar, que se deja de notar, que deja de tener sentido cualquier rumbo si optamos por la anestesia.

La vida es veneno y antídoto, milagro y condena; yo procuro tomarla entera, como viene, esquivando o no, como puedo. Camino sobre espinas si es necesario, guardando el equilibrio sobre el alambrado, funámbula caída por momentos: al fin y al cabo, ya lo sé, me levanto. Algún día pensé que ya no había en mí más corazón que los jirones que de él quedaron, pero aun así, siendo poco más que el derrumbe entero, me prometí seguir sintiendo, así fuera con el hígado, con las costillas, desde los intestinos o mediante el bazo. ¡Qué importa si me lleno de heridas!, esto es la vida y, con todo, vivir sigue siendo de los lujos el menos vano.