Lluvia de día ©

Escurre el mundo. Miro tras el cristal. El agua se desliza por la ruta del azar, sendero conocido que se camina más de una vez, siempre a nuestra suerte que es sinuosa parábola. Conozco el paisaje de mi destino, su pasado me regala reliquias, fragmentos de estaciones en las que fui descansando: alegría con vino rosado, espumoso, frutas como soles en rodajas amarillas; tristeza de hojas secas, a veces incluso molidas, polvo de oro envejecido a fuerza de llorar sobre el hombro del alquimista; la nostalgia llega entre nubes grises, preñadas de lunas de octubre, bajo el brazo lleva dos hogazas de pan que prometen saciar el hambre del futuro; la serenidad es más simple, tiene el color de las avellanas.

El agua, aunque venga del cielo, no cae siempre de la misma forma. Sobre el barandal, las gotas se estrellan de lleno, rebotan multiplicadas, se fragmentan en miles de cuentas diminutas que no se sabe a dónde van a parar; en la ventana, llegan de lado, se pegan como pequeños pulpos traslúcidos, mirando el vacío sin miedo, el peso les gana, resbalan suaves, recogen a su paso los restos líquidos de otros andares.

Escurro yo también, voy deslunándome: cada noche un pedazo se cubre con la sábana negra y parece que ya no está, pero está, como estoy, detrás de las palabras, a veces bajo ellas, entre escombros de letras que no hacen oraciones porque se cansaron de rezar: mejor cantan. Pero ni la luna ni yo nos vamos, sólo jugamos a desaparecer para mirar por un momento los ojos de quienes empiezan a buscarnos. Somos sonrisa, lluvia de día que se evapora, sube contenta oliendo a tierra, a mundo que escurre, que viene del cielo.  

Sobreviviente ©

A mi padre. Sólo quien carece de raíces, del árbol caído hace leña. Con tus ramas fabrico sólidos mis cimientos.

En mí, la raíz se hizo caudal, torrente que baja de prisa dejando parte de sí en las riberas; nutre con sus sueños errantes las frágiles venas: laten, están vivas, aunque duelan. 

Hace cuatro décadas, las malas hierbas (esas que mueren descorazanadas), eran sólo semillas: había que fertilizar. En esta tarea, él, desangró la esperanza hasta la última gota; aún así, la humedad sobrante se hizo afluente en las arterias; navegan río arriba sus palabras, a veces van heridas.

La historia se ha borrado de sus manos: coronada de capital sentencia, le arrebataron a punta de picanas declaraciones y aclaraciones punzantes el derecho a desaparecer entre el tumulto: ser anónimo habría sido mejor, sí, mucho mejor, para nosotros, su familia, no para él que desde el estrado, con la cuerda en el cuello, mantiene la cabeza erguida; mira a sus verdugos que cierran los ojos sin poder tirar.

Su condena no fue la muerte, ha sido la vida; aún así, renunció al martirio que lava conciencias, que inscribe los nombres en monumentos, lápidas para la buena fe que terminan por enterrar a los combatientes de ambas trincheras en la misma tumba. Sobreviviente, mi padre perdonó a diestra y siniestra; se lee entre líneas en mis ojos que observan sus manos morenas y delgadas, con tinta indeleble escribe de vuelta su historia, no hay homenajes: es mínuscula, sólo es nuestra. 

Renuncia©

Hoy, aquí y ahora, renuncio a las heridas. Me alejo del sendero que señalicé dejando gotas de mi propia sangre a falta de migas; regreso por el último pedazo de la fe para volverla suerte, de la buena, porque no hay por qué pensar siempre lo peor. 

Hace tiempo que fui por mí; supe traerme hasta el pie de la cama, desde donde me enseñé a contemplar la luna, a palpitar con ella, a desaparecer cada veintiocho días, dejando que las emociones navegaran por el torrente menstrual: ¡pura osadía!, saberme mujer hasta el último centímetro de piel y llorar porque sí durante el duelo del propio cuerpo que se renueva en el ciclo femenino, que nos empuja a parir, a dar vida, a leer las manos de la muerte para anunciarle, entre tabaco y mirra, que deberá esperar, que no se irá nadie con ella porque en el vientre anida lo que será cosecha.

Pero hoy, aquí y ahora, también renuncio a la luna, a sus sombras, a sus aguas, a su ir y venir con mi alma equilibrista que se cansa de brincar entre metáforas de cuchillos y trozos de vidrio. Me despido del cangrejo que no supo ser liebre y salir de la cárcel de Selene, ni siquiera cuando le mostré que de día crecen las flores, que ella y yo pasamos por el inframundo, pero se trataba de salir al sol; nos quedamos más tiempo del debido: el día que reunimos el valor para asomar la cabeza, lo hicimos de noche, llovía desesperanza y nos volvimos a guarecer entre las patas del depredador que dormía. Despertó. Yo no tengo vocación de crustáceo, no dejaré que me muerda las ganas, que se quede entre los dientes el corazón que restauré. Tengo fe y sobre ella construyo el andamio de entrega amorosa que ha de servirme para colocar en la esquina izquierda y posterior del cielo una oración: "renuncio al miedo, me doy". 

    

Astral©

Nací el octavo día del mes noveno, en un año cuyas cifras sumadas forman un veinte perfecto; ignoro qué significa ese par de diez; prefiero pasar por alto los ceros, entonces son sólo dos uno: el yo replicado.
 

Según los astros, mis sol brilla para virgo; Astrea, hija de Zeus y Temis, diosa de la justicia, vive en el solar. Pero en la luna tengo un acuario: miro los peces que me habitan; sí, son de colores, no podrían ser de otra manera, no para mí que escribo: sé que gris es triste, que sin afluentes no hay vida. 


En las límpidas aguas de mi existencia creativa, la única que realmente comprendo, hay también un cangrejo verde, lo traje de Saturno, aunque ahora se pasea por el arrecife que hice de Júpiter para meterlo al estanque. 


Dejé la balanza en Venus, lo que explica más de tres cosas. En Marte formé los valles donde se quedó pastando el toro. Urano y Plutón son de a libra. Para sagitario formé una isla en el reino de Neptuno. Si a veces lloro mercurio, es sólo porque la reina del dorado fue a ese planeta de visita.