El cántaro ©




El cántaro no se rompió: 
estaba roto desde antes.

El cántaro y sus fisuras,
estaban ahí enterradas.
El río por ahí pasaba,
de paso iba con su agua.

En llanto rompió el río.
El cántaro no bebía.
El cántaro no cantó.
El río lloró de rabia. 

Ninguno iba ni venía.
Fue y vino no más la vida, 
la vida que viene y va,
que canta con rota arcilla.






Escribir ©

Recolectar las palabras igual que los pájaros cuando adornan su nido. Se trata de volar en franco desafío al vértigo, mirando detenidamente el vacío entre una y la tierra, entre una y las rocas, entre una y los ríos que de lejos parecen largas cintas de plata, entre una y la hirviente laguna de un volcán que se niega a mostrarse extinto, que humea azul lechoso, bruma-espuma. 

Se trata de tirarse en picada cuando oteando distinguimos al pie de una palmera la joya que amenaza con partirse en medio de la marea, ir por ella aunque el viento vaya en contra y las alas se nos plieguen alizadas contra el cuerpo que siente frío, que se acalambra. Se trata de volvernos pico y garras precisas, fuertes pero delicados, capaces de tomar el esqueleto seco de un pequeño crustáceo verde y negro, quizá naranja. 

Se trata de no tocar el piso de agua, de no estrellarnos contra la dureza de la emoción que ahoga, de no dejar por ahí las vísceras, de no entintar con nuestra sangre aquél pedazo de mundo que miramos desde arriba y que al bajar se volvió más grande, amenazante incluso derruido. Se trata de ir a ras y a contracorriente al mismo tiempo y para eso no sirve tratar, sólo hay que hacerlo. Se trata de acercarnos a la muerte estando tan vivos y a la vida cuando muertos nos creemos. 

Remontar la ola de aire no es más sencillo, se trata de volver a las alturas y siempre arriba hace más frío; a veces se congela aquella letra que pende de nuestros garfios ateridos, pesa mucho más de lo previsto. Se trata de cargar con los tesoros que se hacen baúl cerrado a plomo en el camino. Se trata de surcar en vuelo de alto senderismo, donde no hay rumbo, ni mapa, ni tierra, ni lago, ni roca; se trata de volar en el vacío. Arriba sólo somos el cielo y nuestro abismo.

Volver a aquella rama que nos sirve de entrepiso es el triunfo de quien vuela en busca de sí mismo; no, la incursión no culmina con el descubrimiento, nada descubrimos. Se trata de inventarnos, de adornar el vacío que somos incluso cuando no volamos, se trata de mirar con alegría y hacernos por un tiempo nido, ahí, entre una y la mañana que se asoma, entre una que es hoja y savia, entre una y las palabras. Escribir, de eso se trata.