Incluso sin querer, me llevo entre las letras la mañana.
Hay días en que no sé qué escribir, pero no puedo dejar de hacerlo; como espectro de tinta que se baña, voy deambulando por la casa dejando huellas en la alfombra que parecieran no decir nada, pero dicen, siguen diciendo... y yo que no digo nada.
Intento entonces pensar en cosas que no son palabras: la urna de mis cenizas, el árbol de raíz-caricia, el cielo al que no llego porque me cuesta poco robarle la mayúscula, la hoja en blanco que se hace negra (incendio-cueva).
Las imágenes se cimbran, tiemblan sólo un instante antes de incrustrarse en los moldes de las letras. Estoy condenada; debí aprender a pintar, quizá en un lienzo sea posible no mostrar lo que se calla.
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