Kintsugi©

Me muestro entera, a pesar de que más de una vez no he sido sino mis fragmentos, a pesar de saber lo difícil que es mirarnos completos, a pesar de entender que nada hay más inabarcable para quien mira desde lo humano que la humanidad misma. ¡Somos tan pequeños!

El diminuto territorio que soy, que somos todos, no por tener cortas dimensiones deja de estar poblado; aquí hay de lo bueno y de lo malo. En eso consiste el tedioso asunto de ser humano (cuando así pienso lo hago igual que un gato, con ganas de acurrucarme bajo los rayos del sol a ronronear un rato).

Me sé las virtudes y los defectos, conozco de mí cada monte, cada llano. Prefiero, eso sí, mis regiones acuáticas: mares, lagos, ríos, esteros, incluso los pantanos. Algunos de estos líquidos pagos son tan profundos que no puedo sino desconocer su fondo; no por falta de intentos, sino de aire: el mundo anda escaso de branquias y hace mucho que dejé perdida la escafandra.

Aunque las ajenas me estremecen, no me asustan las heridas propias: la sangre está diluida, todo duele menos cuando lluvia y lágrimas se maridan con tizanas. Debo decir que es también útil dejar un par de cuarzos cada noche en un vaso con agua y que viene bien juntar las penas con el aroma de la lavanda. 

Me duelo de mí y de los otros; pero estos últimos tienen, como tenemos todos, zonas restringidas: aquellas de donde se han escapado las alegrías. En esos espacios que declaramos infranqueables es donde podríamos, quizá, encontrarnos las partes que faltan; porque incompletos vamos, de eso no hay duda, ¿quién podría dudarlo?

Será porque en común tenemos lo que menos mostramos que el misterio nos llama a hacernos pedazos; será que no sabemos cómo desentrañarnos sin revolvernos las vísceras. A esta estación (más o menos a la mitad del camino) nadie llega completo; los más afortunados traen consigo  la mayor parte de sus fragmentos, pero algo de sí les falta. Si fuera de otro modo no andarían buscándose en los oráculos.

Entiendo que usted se haya vuelto descreído: demasiados posos de café le han mentido, demasiadas cartas salieron volteadas, demasiadas runas se han perdido; el péndulo giró hacia ambos lados, las líneas escaparon de sus manos, una mancha en el iris de su ojo izquierdo lo ha condenado. No ha habido brujo capaz de devolverle aquello que nunca ha tenido; es lógico, lleva consigo las ausencias y ellas han hecho de las fisuras su casa.   

Si creer ha sido fallido intento, crear no ha salido del todo malo. Recuperar los trozos propios lo hacemos todos; el asunto es volvernos un poco más refinados, ocuparnos de los detalles, aprender la sabiduría kintsugi de los artesanos. Si somos objetos dañados, que nuestras cicatrices se cubran de oro, que aquel pedazo perdido sirva de adorno. 

Por eso me muestro entera, a pesar de que no soy sino mis fragmentos, a pesar de saber lo que duele mirarnos completos; sé que nada hay más infranqueable que las heridas abiertas. Puede usted pasar, hace un par de años abrí las puertas. No tema, lo que aquí encontrará ya no sangra. Tiene usted razón: en el diminuto territorio que soy no hay vergüenza. Ofrezco mis letras con alegría, incluso si en ellas algo hay de amargo. Si llega hasta acá con un juicio, sepa que la demolición está hecha: nos hicimos huerto cuando nos derribaron y, fíjese usted, cultivamos fresas. 

2 comentarios:

Jaime F. Reséndiz M. dijo...

Maravilloso Tania, como siempre. Un gran abrazo.

Tania Campos Thomas dijo...

Muchas gracias, Jaime, siempre querido. :)