Cinta canela ©

La última vez que tuve entre mis manos un rollo de cinta canela empacaba cosas que no eran mías y, sin embargo, con ellas algo importante se iba de mí… Curiosamente, la condición para reencontrar eso que empezaría a buscar poco después, era precisamente acabar de perderlo. No obstante, conservé por varios meses las dichosas cajas, moviéndolas de lugar según me iban provocando problemas. Primero hubo que quitarlas de la sala, a causa de las largas horas que me quedaba mirándolas, intentando calcular, casi matemáticamente, si el espacio que ocupaban era mayor o menor al que dejarían vacío dentro de mí cuando ya no estuvieran. Pocos días estuvieron apiladas en la recámara, aunque fueron suficientes para enmarcar mis ojos con unas profundas ojeras que, dicho sea de paso, adquirieron la mala costumbre de reaparecer cuando ando triste. En el estudio es donde se mantuvieron por más tiempo, esta vez regadas de tal modo que formaron un pequeño laberinto que nunca aprendí a cruzar sin caer de bruces y llenarme de moretones; improvisados obstáculos que impedían a cada rato que lograra contestar a tiempo el teléfono… Así fueron a dar al cuarto de servicio de donde, esperaba, podrían desaparecer en cualquier momento. Lo tenía todo fríamente calculado: dejé una palm a la vista de quienes yo consideraría benéficos ladrones si hubieran cumplido con su deber… ¡pero no cumplieron! Una noche soñé que el cuarto en el que estaban se inundaba con agua de lluvia y que la humedad había deshecho todo, dejando solamente una gruesa alfombra de humus que prometía convertirse en un jardín... no sucedió. Tuve entonces que ponerme altruista con sombrero ajeno: doné los libros a universidades (soy amante de las letras, ¡pero no de los compilados sobre etnoarqueobotánica!), la ropa a los asilos y los objetos útiles (como la bendita palm con todo y su teclado) a los amigos… Quedaron cuatro cajas, rotuladas por mí para anunciar su contenido: "cosas de los últimos siete años de tu vida". Dentro de ellas había fotos, cartas, documentos, monedas, dijes y cuanta cosa puede una persona acumular, so pretexto de recordar a sus seres queridos… dos semanas bastaron para decidir el destino de tan variopinta selección: todo a la basura, a excepción de aquellas imágenes en donde yo salía sonriendo.Ya sin cajas, descubrí que había olvidado embalar las ausencias... me sentía tan cansada que me pareció más fácil aprender a vivir con ellas, tiré la cinta canela y me lamenté de haberlo hecho cada tercer día, cuando algún silencio no explicado me ponía al borde de un ataque de nervios... Muchas veces nos peleamos los fantasmas y yo, tantas como nos perdonamos y volvimos a compartir la mesa.... Sólo que hace un mes el conflicto fue mayor y ya no hubo reconciliación posible.... por eso ahora la que se va soy yo... dejo a su suerte y en la estancia principal a todos los que se fueron antes… será esta vez mi ausencia quien les sirva el café... me queda poco tiempo aquí… los rótulos ya está previstos: " cosas de los últimos dos años de mi vida"... pero aún no he guardado nada porque no tengo cajas... ni cinta canela.

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