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¡Y sí!, apelar a la locura es manía de poetas. Igual que las fantasías, amadas por lúbricasy dejadas por olvido en ajenas almohadas. Igual que los versos,entre penumbras, de desespero que apenas cabe en los límites de alguna servilleta. Igual que la víscera y sus palpitaciones sobre la mano ensangrentada del autor (previamente descorazonado). Igual que el vacío donde yace inerte la existencia, igual que la muerte vital de los sueños, igual que el alma llamada tras su destierro con insistencia. ¡Y sí!, pero desquiciados no están los poetas: los deseos nunca dejan extraviados; sus palabras siempre tienen un sentido que, inevitablemente, desborda las fronteras. ¡Y sí!, pero a pesar del sacrificio, entre sus costillas late enérgica la vida y suelen maravillarse cada vez que despiertan; se aferran a las orillas de sus abismos y miran curiosos al fondo de los desiertos pozos donde encuentran, plácido y feliz, el espíritu que (se supone) esperan.

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