Sobreviviente ©

A mi padre. Sólo quien carece de raíces, del árbol caído hace leña. Con tus ramas fabrico sólidos mis cimientos.

En mí, la raíz se hizo caudal, torrente que baja de prisa dejando parte de sí en las riberas; nutre con sus sueños errantes las frágiles venas: laten, están vivas, aunque duelan. 

Hace cuatro décadas, las malas hierbas (esas que mueren descorazanadas), eran sólo semillas: había que fertilizar. En esta tarea, él, desangró la esperanza hasta la última gota; aún así, la humedad sobrante se hizo afluente en las arterias; navegan río arriba sus palabras, a veces van heridas.

La historia se ha borrado de sus manos: coronada de capital sentencia, le arrebataron a punta de picanas declaraciones y aclaraciones punzantes el derecho a desaparecer entre el tumulto: ser anónimo habría sido mejor, sí, mucho mejor, para nosotros, su familia, no para él que desde el estrado, con la cuerda en el cuello, mantiene la cabeza erguida; mira a sus verdugos que cierran los ojos sin poder tirar.

Su condena no fue la muerte, ha sido la vida; aún así, renunció al martirio que lava conciencias, que inscribe los nombres en monumentos, lápidas para la buena fe que terminan por enterrar a los combatientes de ambas trincheras en la misma tumba. Sobreviviente, mi padre perdonó a diestra y siniestra; se lee entre líneas en mis ojos que observan sus manos morenas y delgadas, con tinta indeleble escribe de vuelta su historia, no hay homenajes: es mínuscula, sólo es nuestra. 

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