El huésped ©

A Gwenn Aelle, por el exorcismo de la palabra.  

Dicen los tzeltales que bajo nuestros pies habita el alma del mundo; la esencia de todo, incluyéndonos, descansa de cabeza, invertida: Ch´ulel.

Hay que perderse en aquella geografía subterránea para localizar nuestros sitios, sobre todo aquellos que sirven de refugio al huésped más incómodo, el que llegó sin invitación de madrugada, cuando abrimos las puertas pensando que se trataba de salir a bailar en el bosque soñado.

El miedo se coló para conquistarnos, fue recortando el espíritu como papel picado. Al principio, fincó en terrenos reducidos: un hueco acá, dos muros más allá; despertábamos con un ligero sobresalto, "será que el día está nublado", pensamos.

De tarde, iba desatando el lienzo de la sombra, sentíamos con claridad los hilos sueltos por detrás del ombligo. En el sendero, sólo una frase: "no pasa nada". Pero pasa que nada pasa, ¡sería mejor que algo pasara! Las palabras no tienen brazos para agarrarnos, nos dieron flores, queríamos árbol, con ramas fuertes de donde asirnos: de ahí al abismo.

Después nos arrebató el sueño, la noche se pobló de ruidos extraños; dejamos de escribir porque la tinta se secaba antes de tiempo, era imposible plasmar la última letra que podría salvarnos: el amor se hizo amo, nosotros espacio en blanco, esclavos.

Pero en el fondo no hay sitio para dos: "el miedo o yo", dijimos viendo el mapa hidrográfico que habíamos formado. Las aguas son nuestras, llovemos encima de sus terrenos hasta anegarlos; huye, se refugia en un rincón y nosotros construimos la barca.

Navegamos hasta descubrir las orillas de los meandros, la quietud de los esteros, las olas que regresan, la luz que se filtra, ¡el inicio donde empezó el fin! Nos hacemos cascada.

En la última cueva queda el huésped, nos mira subir por las paredes del acantilado; cuando gruñe, le mostramos las garras afiladas, ¡que recuerde de quién son estos parajes!, aunque de cabeza nos hayamos olvidado. Escribimos porque nuestros sitios son sagrados. 

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Descubres los velos oscuros que te protegen y que se hacen llamar miedos.
El tono de la vida se pasea por los azules, los visita uno a uno para derivarse en violetas, color del misterio y si, se torna en un misterio inagotable de tonos, sabores y melodías que sólo los más aptos pueden percibir.
Felicidades otra vez por compartir esa fracción de tu yo.