Mímesis ©

Cae la noche, dice usted, y yo busco con premura el acantilado desde el que pudo suceder semejante cosa: algo en alto, algo arriba, algo que sirva para caer porque no se cae más que de las alturas. En el desconcierto de mirar tan a lo lejos nace la pena de sabernos a ras de suelo: ni abajo para encontrar las entrañas donde dicen que se guarece el Sol, ni arriba para ubicar el sitio desde el que puede tirarse sobre nosotros la oscuridad completa.

Sólo cuando las raíces nos crecen en demasía sobresalen un poco y notamos que las tenemos, pero no sabemos en dónde es que se afianzan; es natural sentir entonces que andamos sobre la nada, mitad funámbulos y mitad sonámbulos, preámbulos del cabo al fin porque en últimas hemos sido, dicen, el ensayo de un ser supremo que está por encima, allá a donde no alcanzamos a mirar porque otro ser, igual de poderoso, nos agarra desde abajo; hay que estar bien muerto, bien polvo, también dicen, del que fuimos somos y seremos.

Es preferible optar por la mímesis, al menos intentarlo, perdernos entre las hojas de quienes árboles somos sobre el tapiz del mundo que nos rodea (siempre mejor que rodearlo). Por eso es que yo procuro llorar cuando llueve, sonreír cuando está soleado, volverme sombría entre las sombras, rehilete si hay viento, péndulo en el vacío, barro a la orilla del río, junco en su centro. Lo que no he podido es calcular mis mareas, determinar si entro en el mar hiriéndolo con mi quilla o descalzo el cuerpo entero, desde los pies por supuesto, porque afilada suelo estar cuando me acerco a las orillas y les pongo el pecho.

Sé qué no tiene sentido lo que escribo. En mi defensa arguyo que lo que busco a veces es el rumbo y que las letras son brújula imperfecta: esdrújula mandrágora. ¡Qué importa si me repito!, si me pongo seria y aliterada, si equivoco de lugar los acentos porque las tildes que llevo dentro dicen las cosas de otra manera: ámores, cólores, hérida arída, méntira jódida... Todo esto comenzó con usted diciendo lo imposible: la noche que cae y yo que no sé estarme quieta cuando algo pende sobre mi cabeza, así sea una metáfora común y vaya llena de estrellas: el universo me lo invento yo, se lo digo aunque no me crea.

Ni la tinta corre ni corro yo: me quedo aquí a la espera de que usted pida clemencia, porque sí, porque no entiende de otra manera. No cae nada, ¿sabe usted?, ni la noche cae ni se levanta el día... ¡Ni nos levantamos nosotros! Nada se mueve en el inhóspito espacio de la vida escrita. El problema es que nos olvidamos del centro, marcamos los mapas con cuatro rumbos nada más (Este, Oeste, Norte y Sur); Arriba y Abajo se volvieron territorio ignoto: el único lugar común es el del encuentro y anda usted por ahí diciendo cosas en las yo que me pierdo. 

   

0 comentarios: