El sepulturero ©

¡Vaya usted a saber aquello que yo no sé! El que sabía era el muerto, todo se lo llevó con él.

Si gusta lo desenterramos: dicen que si sienten fresco resucitan un poquito, nada más lo necesario para dar su testimonio. Pero nadie sabe cuánto aire tiene que jalar, y ya ve que por acá no se ha movido ni una hoja desde hace un mes. 

La sequía es profunda, el sol ha quemado la tierra hasta bien adentro; escarbe y verá: estamos secos. Sí, yo también, si pudiera cavarme lo vería.

Polvo somos, dicen. Por eso yo no me preocupo: si no sé es porque no estoy muerto, de saber algo ya me habrían matado como lo mataron a él.

Sabía, dicen que sabía mucho. Pero el pobre ni sabía que sabía, mucho menos iba a saber que andar de sabiondo le costaría la vida. Por eso yo no sé.

Si quiere lo sacamos de la caja, pero espere a que lleguen los aires y caiga aunque sea tantita agua: si yo no hablo así, él menos.

¡Imagínese, está bien muerto!, debe tener reseca la garganta, no creo que pueda despegar los labios, menos se pondrá a platicarnos. ¡Eso sí!, si le habla yo no sabré nada. 

Lleva ya rato muerto, poco menos de lo que dicen porque a él no lo mataron cuando dijeron, lo mataron después. Yo sólo escuché que le gritaban "¡tú sabes!"; él respondía algo quedito, murmurando. Con la voz que se le iba saliendo entre cada cabronazo que le acomodaban, decía cosas que yo no sé, que ni quiero saber.

La caja se la puse yo. Lo dejaron como escombro de aquel lado, por donde amanece. Quedó ahí tumbado, casi a ras de tierra porque la fosa no es muy honda.

Yo me encargo de darles sepultura porque no me gusta que estén los muertitos amontonados, unos sobre otros, sin nombre ni sepelio. Voy juntando las cajas de los que ya no son más que huesos y en esas acomodo a los que puedo, así no se sienten olvidados.

No señor, no me pagan, ni saben que yo les ordeno lo desordenado. Resguardo este cementerio desde años, no quiero tener a las ánimas molestando. Les pongo nombre, se los invento para poder pedir por ellos, porque yo les rezo diario.

Pero no sé bien quiénes eran, a veces pienso que pueden ser de los que andan buscando. Me preguntan por unos que se parecen pero yo mejor me callo. No sé nada, ya le dije, en cuanto uno sabe vienen y lo matan.

Dice mi mujer que ayudo a que se pierdan más los desaparecidos. Me reclama, llora pensando en los que andan en los montes buscando a sus muertos sin saber que es en el mismo panteón donde deberían buscarlos.

Nosotros no hacemos un mal porque nosotros no los matamos, y como sea, oramos por ellos y les tenemos sus flores, los cubrimos bien, los cuidamos.

Le digo: "¡mujer!, si digo que sé no podrás ni enterrarme, ¡imagínate, tú!, ¡valiente el sepulturero sin tumba!, ¡con las carnes en los picos de los buitres, y tú llorando sin tener ni dónde, y yo penando huérfano de oraciones! ¡Olvídate de eso!, yo no sé, ni tú sabes".

Guardar silencio, señor, es un derecho que bien me guardo: no sé quién lo mató, ni por qué, ni cuándo.

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