Si mi casa fuera@

Si como Pita Amor he sido mi casa, he de decir que los techos se me derrumban con frecuencia, que suelo claudicar ante mí, desvencijada cuando la melancolía se apodera de la habitación principal de mi existencia. Pero donde cae el techo, entra el sol y yo sé mirar al cielo. 

¡Métafora jodida!, la casa es lugar común y existir el más habitual de los objetos que la decoran; al final se nos hace la vida ornato: en un descuido terminamos sembrados en un pedazo de poliestireno como las flores de plástico.

Si antes supe hacer de mis heridas el más permanente de mis conocimientos fue porque reconocerme en los pedazos era vital para la construcción a la que todo lo que ha sido devastado a destiempo está obligado. 

No sólo supe encontrarme cada porción lastimada: no eludía el dolor y si el olvido sobre él se había posado sin darme cuenta me daba a la tarea de recordarlo con la mayor precisión posible. Me hice experta: sabía cortar con exactitud sobre la cicatriz sin dejar ni seña, haciendo que fuera la misma herida que tuve antes para verla sangrar del mismo modo en que recién nacida debió sangrase.

No derrumbé los muros, no es mi estilo, los recorrí con paciencia quirúrgica y actué en consecuencia. Pasé las palmas de mis manos por cada pared hasta notar cambios en la temperatura. Aprendí a escuchar el murmullo del agua fuera de cause de las tuberías dañadas. Encontré no pocas madrigueras y logré hacer huecos sin comprometer estructuras. Coloqué trampas y capturé mis miedos.  

Del cascajo levanté ruinas, "éstas que ves", diría Jorge Ibargüengoitia. No hay sitio alguno en mí del que me arrepienta, incluso encontré gusto a mostrar de lleno las cicatrices, al fin y al cabo hay vestigios cuyo valor nos representa. 

Luego me dio por alumbrar cada espacio, dolido o no: es bueno que esté clara la diferencia, conocerse palmo a palmo, no dejar para después el lugar que se niega a ser visto, alumbrarlo hasta el punto de enceguecerlo.

Si la casa está bien, lo que sigue es el patio; tierra y semillas, agua cada tanto. Una casa con plantas da cabida sin pretextos a la alegría. ¿Quiere saber si estoy bien?, ¡míreme cultivando!, ¿quién podría ser su casa entristecida si se volvió de madera y está florecida?  

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