Lechuza@

Tener un pájaro herido dentro del corazón puede ser un verdadero calvario: como trae las alas quebradas recuerda que también tiene uñas y se vuelve gato. Tener un gato enfurecido en el corazón, ¡madre mía!, no lo deseo para nadie, en especial no lo deseo para mí que lo traje algún tiempo alebrestado... ¿De dónde salió esa criatura que maúllaba alada, que rasguñaba en dos patas, que me rompía por momentos?, nunca supe si era ave o felino, o las dos cosas.

"¿Qué te duele?", me preguntaba; desde el otro lado del espejo respondía con un maullido y el crujir de las plumas que se me habían resecado. Me dolían las patas del gato y el pico del pájaro, me asustaba la furia de ambos cuando eran uno en ella, me enojaba no saber de dónde provenía esa fauna rara y funesta.

Me arme de valor y un día hice el reto: "entonces, ¿qué?", me dije frente al espejo. Respondí con certeza inusual: "¡ya verás!, descubriré cada palmo de mí hasta encontrarte para mirarte de frente, ¡así sea necesario volverme jirones!; te llamo pájaro o gato porque de ti escucho algo que se les parece, pero nada se ve, no me encuentro los bigotes ni el canto". 

Nada hay más difícil que mirarnos la sombra: aluzamos el rincón donde se esconde, camaleón de partículas luminosas; para verla hay que aprender a mirar de noche, como los gatos, y a tomar con las garras presas escurridizas, como las aves nocturnas. Por eso me sostuve en el insomnio con disciplina cuando tuve que rearmarme: cometí rapiña y me hice lechuza.

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