En el túnel ©

Cuando vio la luz al final, decidió permanecer un poco más dentro del túnel, explorarlo, descubrir en aquel trecho oscuro lo que la prisa de otros dejó sin resolver.

Oído. Cerró los ojos. Acercó la escucha a la orilla más próxima del silencio. Primero, nada... luego el zumbido de las oquedades, del vacío que se inicia en el propio corazón. "Brisa... viento", pensó. El nombre del aire depende de la velocidad con que se mueve... o con la que se escucha. Aquí, en el abismo horizontal que desemboca fulgor, el aire se arremolina despacio, se enrolla para hacerse vértice, para tocar el último cielo abierto de los huecos pétreos. Intuye la textura, pero eso no basta.

Olfato. No es el momento indicado para moverse. Olerá, sólo un poco, así, parada en medio de la noche que ahora es cueva. Su última morada en la Tierra huele a flores, a agua que escurre por los tallos de la hierba, a hongos, a líquenes, a cirios prendidos por su gente que ya se apresta... quieren despedirse de ella, saben que no volverá. Sigue sin bastar: los aromas anuncian más que el resplandor del fin.

Gusto. Guiada por su brazo izquierdo extiende el cuerpo hasta dar con la pared más cercana, hace de sus dedos tentáculos, bordean casi sin tocar, sólo percibiendo lo que sobresalga para llevarlo a la boca y saber... Siente en la lengua el sabor de las mandarinas, de los pétalos azules un poco agrios de los jacarandás de su barrio que solía masticar cuando niña, sabe a vida, a arándanos, a orozúz, a vino blanco.

Tacto. Un golpe de voluntad y toda ella se hace pulpo blanco, se posa como estalagmita, afianzada desde los pies sobre el piso de aquél segmento final de la existencia. Mineral. Ligera sal sudan las piedras y ella, lágrima, lava fría que es arroyo, se siente, mira...

Vista. Abre los ojos. La bóveda del túnel tiene estrellas, claridad que se filtra por diminutos agujeros, pequenísimos círculos irregulares con el color del mercurio que danza... "allá afuera está la luna", pensó. 

Cuando vio la luz al final, volvió al inicio, desandó sus pasos, dio la espalda al manto blanco que brillaba. Guarden los cirios: para morir no lleva prisa. Cuando vio la luz, al final, decidió permanecer un poco más en la vida.

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