Historias clásicas para distraer malos recuerdos ©

Hay días en los que se despiertan primero los malos recuerdos; el resto del cuerpo queda a merced de la memoria y sus compuertas abiertas. La mente tiene tantos accesos que no alcanzan las tapias y los maderos para detener esos pensamientos; son como termitas, excavan sobre las paredes de los mismos huecos, construyen laberintos. 


De poco sirve el hilo de Ariadna: no es una estructura hecha por Dédalo y nuestras incursiones no son las de Teseo. Pero la única manera en que esos insectos corrosivos pueden mantenerse quietos es distraerlos contándonos historias; a ellos les gusta escuchar cómo Minos de Creta se dolía, apuestan la corona de aquel terrenal Rey contra el báculo marino de Poseidón. 

A los diminutos constructores poco les importa Pasifae; es ahí donde se equivocan: fue ella quien domesticó al toro blanco, nadie más que ella ordenaba que su hijo, el precioso Minotauro, fuera alimentado. Cuando les recuerdo que al final Atenas fue libre, los pequeños caníbales lloran como quien presiente el exilio. 

Después de esas lágrimas de éntomos, prometen no morderme nunca más las entrañas si yo cada mañana les cuento una historia; accedo, me cuesta renunciar a su existencia, por eso cierro el pacto, aunque sé que a mí las mil y una noches se me terminan en un par de semanas y un buen día despertaré otra vez demorada. 

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