Memorias crónicas (Segunda parte)©

La idea de realizar mi tesis sobre los sueños de las tejedoras tz'utuhiles se fue diluyendo con los años. Me había alcanzado un golpe de realidad en cuanto manifesté esta idea en mi casa: "¿Y de dónde sacarás el dinero para hacer varias temporadas de campo en Guatemala? Para hacer toda una investigación requieres de varias visitas y no es barato eso de andar cruzando a cada rato la mitad de este país, la frontera, y otro buen trecho de otro país", señaló mi madre que es experta en colocar los pies de cualquiera sobre la tierra. "Además, ya estás en el último semestre y más te vale comenzar a hacer la tesis, no tienes tiempo para andar tan lejos", arremetió con la estocada definitiva. Aquel semestre lo pasé imaginando temas de investigación:

-Haré mi tesis sobre algo de la comunidad gay.

-¿Eres gay?- preguntó mi madre con genuina curiosidad y ninguna preocupación.

-No, pero sí los amigos con los que luego me voy de fiesta y puede ser un tema interesante. No sé, pienso que estudiar las redes de apoyo con las que cuentan...

-Lo que quieres es la fiesta, hijita.

-La verdad sí.

-No vas a hacer gran cosa. Y para seguir de fiesta no necesitas inventarte una investigación.


Como casi siempre, mi madre tenía razón. Dejó de parecerme buena idea lo de estudiar algo con relación a la comunidad gay, no porque no sea interesante y necesario sino porque en realidad mis amigos fiesteros no ayudarían mucho a que terminara la tesis: no los veo tomando en serio mis entrevistas y por eso mismo los quiero. 

Se me ocurrió después que podría hacer la tesis sobre la comunidad italiana en Puerto Escondido. La respuesta de mi madre fue una de esas miradas que lo dicen todo: si con los amigos que iba cada fin de semana a los antros gay de la ciudad no haría una tesis, mucho menos la haría en Puerto Escondido y rodeada de italianos. 

Había pasado los años de Licenciatura con un ejemplar del periódico La Jornada en las manos, era en sus páginas donde leía los comunicados del e-zeta-ele-ene y las andanzas de aquel entrañable escarabajo llamado Don Durito de La Lacandona; era fan, al grado de comprar los libros de Marcos cuando se editaron. Un par de mis compañeras hacían su tesis sobre Los Caracoles, las comunidades autónomas que comenzaban a formarse en Chiapas. Yo me había puesto práctica y terminé haciendo una investigación en el pueblo de mi abuelo sobre un tema que entonces no me entusiasmaba, aunque fue donde inició mi interés por la antropología médica. 

Título en mano tuve otra de mis ocurrencias: me iría a estudiar Literatura a Bogotá, al Instituto Caro y Cuervo. Por supuesto, había un colombiano de por medio, uno con el que hoy agradezco muchísimo que no prospera la relación. Pero no fue por eso que no me fui a Colombia, sino porque mi padre consideró que era pésima idea ir a estudiar a un país que en ese momento vivía la pesadilla de la violencia ligada al narcotráfico, aunque años después la superaríamos con creces en México.

No recuerdo bien cómo fue la conversación con mi padre, pero sí que en un momento, con la intención de que no me dijera más, argumenté que no me quedaría en México porque no tenía trabajo para quedarme y en Colombia podía estudiar becada. Práctico y realista, como es mi padre, al día siguiente me llamó para decirme que por la tarde tenía yo una cita de trabajo con un funcionario del ISSSTE. El romance con el colombiano iba en picada, así que no me resistí mucho: obtener el empleo era un buen pretexto para no irme sin tener que confesar a mi madre lo que ella sabía, o sea que el colombiano era la razón ocurrente y que no había realmente ninguna otra para cumplir ese plan. 

Acudí a la cita. Llegué puntual. La secretaria del funcionario me pidió que esperara. Esperé una hora. Como el funcionario no llegaba decidí marcharme. Le dije a la secretaria que me iba y que por favor le dijera al señor que lo estuve esperando. La secretaria me miró con sorpresa. Tiempo después entendí que no era usual que alguien que iba a pedir trabajo no esperara por horas, incluso por días, a un funcionario: vi muchas veces en el mismo sillón donde yo había estado sentada a personas con la esperanza de poder concretar una cita, escuché muchas veces cómo aquella secretaria les decía que el doctor no había llegado mientras él se escabullía de las oficinas por un elevador que no era visible desde la antesala...

En cuanto llegué a mi casa sonó el teléfono: la secretaria del funcionario llamaba para pedirme por favor que volviera, que el doctor ya había llegado y me esperaría. Regresé. El funcionario me miraba divertido, le hacía gracia que yo me hubiera ido. Para él eso era muestra de que yo no era "como los demás", siempre dispuestos a casi cualquier cosa por obtener su ayuda. Confieso que yo ni idea tenía de los usos y costumbres de la burocracia gubernamental, si me fui fue porque jamás imaginé que hacerlo era una afrenta, una que curiosamente me beneficiaba. Desde entonces sé que las personas con poder desprecian a quienes les hacen loas y que algunos respetan a quienes se niegan a rendir esos tributos simbólicos.

-Eres antropóloga, ¿verdad?

-Sí.

-No creo que te guste mucho estar en una oficina.

-Pues, no, me parece que no es algo que pueda gustarme.

-¿Qué se te ocurre que puede hacer un antropólogo en el ISSSTE?

-Antropología médica.

-¿Y eso qué es?

Me extendí en la explicación. Supongo que lo hice bien porque lo siguiente fue una propuesta concreta:

-¿Estás enterada de lo que sucedió en Acteal?

-Sí, claro.

Vaya que estaba enterada. Enterada e indignada. El horror, la saña, los detalles escabrosos de lo sucedido a miembros de Las Abejas me había tenido en vilo por varios días. Recuerdo que me impactaron mucho los testimonios de los sobrevivientes; uno de ellos nunca lo olvidaré: "a las mujeres embarazadas les abrieron el vientre, gritaban que no había que dejar semilla".

-A raíz de eso hay mucha población desplazada de sus lugares de origen en Los Altos de Chiapas. La Secretaría de Salud ha dispuesto brigadas médicas para atender a esa población. El ISSSTE enviará algunas brigadas, sería bueno tener una antropóloga que acompañe a los médicos y los asesore en cuestiones culturales. Trabajarías allá, ¿qué te parece?


Me pareció muy bien . Mi primer trabajo en forma hizo que durante casi un año viajara todos los lunes a San Cristóbal de Las Casas y regresara a la Ciudad de México todos los viernes, cada día entre semana lo vivía en algún poblado de Los Altos de Chiapas y terminaba con un buen café. ¿Podía pedir más?

Las experiencias junto a las brigadas médicas contrastaron siempre con la hermosura de los bosques neblinosos de Chiapas; la miseria es horrible incluso donde hay bellos paisajes. Sí, sí podía pedir más: quería (y aún quiero) un país distinto; creía (y durante mucho tiempo lo creí) que el e-zeta-ele-ene podía cambiarlo. 

Imagen tomada de: https://www.cityexpress.com/blog/un-viaje-al-corazon-del-bosque-de-niebla-chiapas

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