Memorias crónicas (Tercera parte)©

-¿Has visto algún zapato?- me preguntó una periodista estadounidense que rondaba por Chenalhó y se presentó en la clínica del lugar donde yo intentaba organizar algunas cosas.

-¿Un zapato?

-Sí, un zapatista.

-¿Les dicen zapatos?

-Es una manera graciosa de llamarlos.

-Ya veo. No, no he visto ningún zapatista. 

La verdad es que el diálogo me dejó perpleja. Los siguientes días entendí aquello de "los zapatos": no era una forma graciosa de referirse a los integrantes del e-zeta-ele-ene, sino una muy despectiva acostumbrada por quienes se consideraban sus contrarios, algo frecuente en la cabecera municipal de Chenalhó que era primordialmente priista. 

Es cierto también que yo nunca había visto a un zapatista, al menos no sabiendo que lo era. A los zapatistas los vi muchos años después, en la Escuela Nacional de Antropología, cuando se hospedaron ahí en 2001 y fui a dejar alimentos. Recuerdo muy bien que me reía pensando que los estudiantes que resguardaban a los zapatistas parecían todos comandantes: no había manera de acercarse casi ni a la entrada, y la verdad es que no lo intenté. Si vi a un zapatista fue porque al irme un hombre con pasamontañas estaba cerca de la reja por la que pasé cuando ya me iba; la pipa me confirmó que era un zapatista, el más famoso de ellos, el más mediático: Marcos.

Unas horas después regresó la periodista a la clínica. No venía sola, acompañaba ella al presidente municipal junto con otros tres hombres. Estaban ahí para avisarnos que al día siguiente se haría una consulta y que en la clínica pondrían una urna para que la gente votara. No tenía idea de qué consulta hablaban, pero de inmediato explicaron que se preguntaría si las personas estaban o no de acuerdo con la distensión del conflicto. El presidente municipal dijo "distensión del conflicto" con dificultad, era evidente que el vocabulario que usaba le era extraño, una frase institucional aprendida ese mismo día, lo más probable es que al recibir la instrucción que nos comunicaba.

Como hacía todos los días, por la tarde regresé junto con los médicos y las enfermeras en una ambulancia a San Cristóbal de Las Casas. No podíamos quedarnos a dormir en ningún otro sitio porque en tal caso la institución que nos empleaba no se haría responsable de nuestra seguridad. Esa era la misma razón que daban para enviarme a Chiapas los lunes y regresarme los viernes, y también para enviarme en avión de Tuxtla a San Cristóbal, un gasto en hospedaje y traslados que me parecía excesivo e innecesario, sobre todo cuando las ambulancias estaban prácticamente desvalijadas y en las clínicas hacían falta hasta gasas.

Me habría gustado intercambiar opiniones con los otros miembros de las brigadas sobre la consulta de la que nos habían informado, pero no podía hablar abiertamente con nadie sobre mi simpatía por el e-zeta-ele-ene sin ponerme en riesgo. Por fortuna lo intuí desde el primer día. A fin de cuentas el ISSSTE no deja de ser una institución gubernamental. Que las brigadas médicas hacían una labor que pretendía legitimar las acciones de gobierno fue algo que pensé mucho después, no sin sentirme confundida: eso de que de buenas intenciones está empedrado el Infierno no es una idea sencilla cuando se es tan joven como yo lo era.

Esa noche en el noticiero vi lo de la famosa consulta, y si bien era ingenua no lo era hasta la desmesura, así que tuve claro que la intención era que el gobierno pudiera decir que la mayor parte de la población indígena en Chiapas estaba inconforme con el levantamiento zapatista. Harían por eso una votación, con boletas en las que únicamente se preguntaría si el votante estaba o no de acuerdo con "la distensión del conflicto". Me dormí pensando que la mentada palabrita "distensión" ocultaba una mucho más contundente: "represión". 

Sabía que no podría oponerme a que se colocara la urna en la clínica y mucho menos mostrarme inconforme abiertamente. Sabía también que no podría hacer gran cosa para evitar algo que me rebasa por completo, la represión del gobierno vendría de cualquier forma. Pero yo no estaba dispuesta a ser partícipe de eso, no podría evitarlo pero aunque fuera sólo para mi conciencia encontraría la manera de no ayudar; no hacer también es resistencia. Ya vería cómo: caminos para salirse de la vía principal siempre hay, y si no hay camino se hace vereda.

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